Asomarse al abismo suele provocar vértigo. Al menos a los que no tienen intención de suicidarse. Y en esa situación estamos. La esperada comparecencia del señor Puigdemont, 24 horas después del mensaje del Rey y con formato de jefe de Estado, no aclaró nada excepto que está dispuesto a resolver el contencioso aceptando una mediación. Un gesto que cabe interpretar como un atisbo de debilidad pese a sus reiteradas manifestaciones de no ceder y, a la vez, un subterfugio para ganar tiempo. Las llamadas leyes de desconexión obligaban a declarar la independencia al día siguiente de proclamarse el resultado del referéndum, pero el recuento va muy lento y transcurridas siete fechas aún no es posible conocer el resultado. Normalmente, en cualquier país medianamente democrático, los métodos manuales y electrónicos de contar los votos permiten avanzar el resultado a las pocas horas. Y no solo eso sino también saber con todo lujo de detalle y mesa por mesa el perfil de la votación a fin de que políticos, sociólogos y periodistas hagan sus análisis. Sorprendentemente, en Cataluña, que presume (con razón) de ser una de las comunidades más avanzadas, esa circunstancia no se da y el recuento avanza con lentitud. Hasta ahora, nadie (ni del ejecutivo español ni de la prensa) ha preguntado por las razones de esa demora, aunque imagino que los responsables del gobierno soberanista no dudarían en echarle la culpa a las enormes dificultades que opuso el Gobierno español. El caso es que el resultado se demora, la proclamación de la independencia se retrasa y ahora se introduce una oferta de mediación que puede estirar el desenlace hasta el próximo año o más. Ante esa posibilidad, los mediadores brotan por todas partes. Primero trascendió que los arzobispos de Madrid y de Barcelona se habían entrevistado con el presidente del gobierno. Luego, se supo que Pablo Iglesias, que gasta maneras de clérigo en ocasiones solemnes, se había puesto en contacto con Rajoy y con Puigdemont para sugerir una mediación. A la lista de mediadores hay que sumar al Colegio de Abogados de Cataluña y ¡asómbrense! al Barça que como es «algo más que un club» también se considera con justo título para apuntar una solución. Se oye hablar de muchas cosas, algunas delirantes, como una «declaración de independencia aplazada en sus efectos secesionistas» que serviría para que el señor Puigdemont pudiera salvar la cara ante su público. Vamos, algo así como el «finiquito en diferido» con que la señora Cospedal quiso justificar los pagos a Bárcenas. Desconozco en que parará todo esto pero si hay por medio curas y abogados el asunto va para largo.