No entiendo nada. Algo se nos ha pasado a más de uno para no darnos cuenta de la rabia y el desapego hacia el resto de España que se ha ido gestando entre los catalanes en apenas cinco o seis años y que se está evidenciando estos días hasta el punto de que muchos no reconocemos a esa Cataluña furiosa que vemos por la tele.

Y no. No se ve sólo a un puñado de radicales descerebrados, sino a miles de personas de toda edad y clase social clamando por la independencia y dispuestos a todo. Somos muchos los que estamos alucinando al ver a críos de seis o siete años hablando de España como un estado opresor; a ancianos clamando por sus libertades frente a una especie de dictadura; a gente llorando de emoción por haber podido votar ante un régimen tiránico; a profesores machacando a alumnos cuyo pecado es ser hijos de guardias civiles. ¿De dónde ha salido todo este odio?

¿Qué nos hemos perdido para no haber sido capaces de ver lo que se ha estado gestando en Cataluña estos años? ¿De qué estado opresor, dictatorial y tiránico necesitan liberarse? Ni idea, y eso es lo más preocupante. Ya no se trata de un choque entre gobiernos, ni entre partidos, ni siquiera de legalidad o ilegalidad.

Lo que tiene difícil solución es esa brecha social que ha llevado a muchos catalanes a radicalizarse, ese adoctrinamiento que en unos años va a convertir en activistas a esos críos que no levantan dos palmos del suelo y que afirman con desparpajo ante las cámaras que son víctimas de la tiranía. El Gobierno central ha podido pecar de inacción, pero ese resentimiento hacia el resto de España se ha debido gestar de forma sistemática desde sus calles, su televisión, sus púlpitos y sus escuelas mientras el resto del país andábamos en la inopia.