La calidad tiene que ver con la cantidad de pasado acumulado del que la hace posible. Nadie nace sabiendo, por más que todos nos empeñemos durante la fase rebelde de nuestra vida. Excepto por potra en forma de serendipia en carne viva, sin madurez no hay calidad verdadera.

La calidad y la madurez no siempre verifican la igualdad matemática, porque, si bien, no hay calidad sin madurez, madurez sin calidad sí que hay. El asunto tiene que ver con la toma de consciencia, ese bien cada vez menos consciente en el humano moderno. Por ejemplo, hay terrícolas que entran en crisis de angustia cuando la presbicia, que es un desgaste natural, llama a sus puertas y toman consciencia de que sus ojos son incapaces de leer sin la ayuda de una gafa. La angustia es una mala compañía para la ´madurez poco hecha´, porque termina sumiéndola en un indeseado estado bloqueante que la anula. En realidad, ser maduros o estar angustiados consiste en un mero ejercicio de toma de consciencia. Muy próximo a mí tengo un claro ejemplo:

Mis amigos Eustaquio y Procopio tienen la misma edad, crecieron, estudiaron y se licenciaron juntos. Visten y se expresan igual. Se denominan hermanos ante el mundo. Han pasado tanto tiempo juntos que gesticulan exactamente igual. Sus esposas son gemelas idénticas. Celebraron matrimonio y luna de miel juntos. Sus primogénitos nacieron el mismo año, con un día de diferencia. Ambos son présbitas desde el pasado año. Esencialmente solo se diferencian en una cosa: su madurez. Eustaquio es cuatro días mayor que Procopio, pero Procopio es cuatro vidas más maduro que Eustaquio.

Eustaquio lleva un año jurando en arameo por su presbicia. Procopio lleva un año elevando loas a las alturas por la presbicia recibida, que, según él, ha sido un regalazo. ¡Por fin soy présbita...!, grita orgulloso. Eustaquio explica su angustia por haber tomado consciencia de la dependencia que representa el necesitar unas antiparras para leer. Procopio, sin embargo, está feliz como una perdiz, porque la llegada de la presbicia le ha permitido tomar consciencia de que ahora, por razón de la edad, ve mal de cerca, pero que es esa edad la que también le ha traído la madurez suficiente para mirar y detectar a los indeseables vendehúmos, saltimbanquis y abrazafarolas varios, a cien metros de distancia, como poco, afirma.

La calidad y la madurez de los destinos turísticos maduros también van de la mano. No porque los destinos turísticos, per sé, sean autónomos en su gestión, quia, sino porque los implicados en la responsabilidad de su desarrollo y posicionamiento, también son maduros, como lo son Eustaquio y Procopio, es decir, distintamente maduros. Mientras que algunos destinos turísticos y los responsables de su desarrollo, como Eustaquio, están afectados por su edad, otros, como Procopio, están influenciados por su madurez. En síntesis, se trata de la edad como debilidad y amenaza, y de la madurez como fortaleza y oportunidad.

En la Andalucía de mis entretelas tenemos de todo: destinos Eustaquios y destinos Procopios, y responsables de su desarrollo y posicionamiento turístico igualmente Eustaquios y Procopios. Somos tan ricos que hasta tenemos un destino turístico prístino, fiel testigo del turismo y de su génesis. Torremolinos es en la actualidad una realidad contrahecha en la que durante demasiado tiempo todo valió. La dificultad del Torremolinos actual, que tanto es Eustaquio por su edad como Procopio por su madurez, reside en que la debilidad por la edad y la fortaleza por la madurez no son gestionables a la vez, si no se toma plena consciencia de la misión. No es con acciones ´visionarias´ que pretenden recuperar el frescor de aquellos días mediante iniciativas diseñadas para el rimbombo endógeno que el asunto funcionará. La renovación mínima exigible pasa por remotivar la demanda externa con argumentos nuevos.

El inveterado y deletéreo orgullo de batir records de estancias, más que empujarnos a sentirnos irreales pavos reales, hace años que nos invita a una reflexión serena sobre la verdadera identidad de nuestro destino-insignia, que, seguramente, nos empujará a preguntarnos si no es, justamente, el número de estancias lo que debiera mantenernos alerta.

La solución de Torremolinos no pasa por reiniciar otra huida hacia adelante, sino por pararnos a averiguar responsablemente cuál es la capacidad máxima de carga que permitirá su gobernanza.

Y no sé por qué me da que el asunto nos hablara de esponjamiento, tú...