Yo no soy mucho de banderas. Ni poco. Digamos que lo normal. Me gusta concebirlas como lo que son, en su justa medida. Con respeto pero sin fanatismos. No me pintaría la cara con los colores de ninguna, por ejemplo. Y si bien es cierto que gasto alta querencia por mi Patria, un término en desuso con mucho más contenido que la expresión Estado o Nación, también les digo que jamás me he sentido nacionalista de nada. Ni de mi ciudad, ni de mi comunidad autónoma, ni de mi país. Por convencimiento. Por ideología. Porque los nacionalismos, le pese a quien le pese y se adornen como se adornen, son perversos por definición. Por insolidarios y por excluyentes. Yo disfruto igualmente del Desierto de Tabernas, de Finisterre, del bocata de calamares o de la tortilla de camarones. Qué le hago, me gusta el conjunto que conforma España. Y también el pasodoble, lo confieso. Otros fuman. Hace unos días, cientos de malagueños se aglutinaron en las puertas del Ayuntamiento de Málaga a fin de mostrar su rechazo al llamado, para entendernos, referéndum catalán y apoyar propuestas en defensa de la unidad de España. Poco después, afiliados y simpatizantes del Partido Popular, con Juanma Moreno y Elías Bendodo a la cabeza, ensalzaban la bandera nacional en un acto celebrado en la plaza de la Constitución. Yo creo que algo faltó en el evento. La bandera por la bandera, así sin más, o adornada con el solo y mínimo debate de la unidad de España, se me queda corta. La bandera no deja de ser un símbolo y, como tal, no es nada sin la realidad a la que evoca. Lo mismo que el Estado, otro concepto o entelequia que ningún sentido tiene sin la comunidad humana que le da cuerpo. Yo, por encima de estas concentraciones, hubiera preferido una exhortación pública más profunda acerca de las previsiones y las consecuencias a las que habrán de enfrentarse los ciudadanos ante el cisma nacional. Sepan que muchos ya están huyendo. ¿Y qué es el Estado o la Rojigualda sin las personas a las que representan? Un territorio y un trozo de tela, no más. Puestos a hablar de símbolos, yo, por ejemplo, como español, me siento más identificado y representado por el Quijote que por la bandera. Para empezar, tiene más años, más sentido común y más universalidad. Sin embargo, pareciera que en estos tiempos convulsos donde el separatismo aflora en mentideros y sedes parlamentarias, las banderas se alzan como lo único. Unas contra otras, sin más gesto que el mero posicionamiento, sin una reflexión de hondura sobre las resultas a las que a corto, medio y largo plazo nos puede llevar el curso de los acontecimientos. Lo que menos necesita España ahora es un pulso hueco entre banderas, porque banderas y colores tenemos todos. Hablemos mejor de libertades. Porque si la bandera goza de deferencia constitucional, más amparo aún recibe el título de derechos y deberes fundamentales que recoge dicha norma fundamental y que también amenaza con quiebra. No todo lo constitucional está a la misma altura. Mucho tiempo, dinero y capital humano se ha gastado ya en mostrar banderas, posturas y postureos pero lo cierto es que toda esta parafernalia, esta tropelía independentista, está mermando la dedicación de los representantes políticos de uno y otro lado para encargarse de lo que verdaderamente importa. ¿Qué fue ya de la crisis, del paro, de las insufribles cotas de corrupción que asolan y deshonran el mundo de lo público, de las fronteras, de los refugiados o del paso del Estrecho? ¿Quién se está ocupando ahora no de lo importante, que el tema secesionista lo es, sino de lo más importante? ¿Qué fue de las pensiones, del salario mínimo, de la sanidad, de la educación y del grandísimo cúmulo de desigualdades que ha generado ese monstruo de mil rostros que es el Estado de las Autonomías y que ha puenteado sin pudor la literalidad del artículo catorce de la Constitución? Ese debate es el que ha de concurrir siempre, en cualquier caso, en paralelo. Que no se quede en la cuneta mientras sus Señorías tiran y aflojan sobre otros temas urgentes, pero no por ello más importantes, como requerimientos, suspensiones, happenings y demás teatralidades y declaraciones de independencia.