Nací en el 77. Casi coetáneos, tras la Transición, la democracia y yo hemos venido recorriendo el mismo camino asidos de la mano, hasta nuestros días. Y, a decir verdad, deseo que sean muchos más.

Nos hemos visto crecer y, por tanto, sabemos el uno del otro todo cuanto es necesario. Subyacentemente, hemos ido superando dificultades. E incluso, algunas casi infranqueables, como la del golpe de Tejero aquel maldito 23-F. Y, por golpe, entiendo aquella acción perpetrada con suficiente premeditación y alevosía, de espaldas a los españoles.

Parece que la Historia de España es un cíclico tirabuzón, que unos años más tarde, nos tiene guardadas sorpresas para hoy, de índole similar a las del aquel entonces de principios de los 80. Sin embargo, en esta ocasión, el golpe a la línea de flotación del Estado proviene del catalanismo separatista más radical y sin tener en cuenta al resto de los españoles.

Probablemente, ha llegado la hora de reformar el Estado de las Autonomías. Y, para ello, se hace necesario revisar y modificar la Constitución del 78. Hasta aquí, todo bien. Es más, la Carta Magna debe ser un instrumento versátil, que con el paso del tiempo, pueda ser adaptado a las necesidades de los españoles, pero en su más estricto conjunto.

Si lo que los actuales dirigentes pretenden es dejar evolucionar, de forma controlada, el desafío catalán para tener así una vil excusa con la que modificar la Constitución a sus anchas y hacer más concesiones a la deslealtad de los radicales, allá en Cataluña, Euskadi o en dondequiera que sea en el que aflore el desapego al proyecto común, con tal de acallar sus bocas, llenar los estómagos de la burguesía autóctona y conseguir así pertrecharse en el poder del bipartidismo nacional por dos lustros más, conmigo que no cuenten.

Con sus virtudes y defectos, conozco muy a fondo la Democracia española. Y prefiero quedarme con la Constitución del 78 tal y como está, con Felipe VI como Jefe de Estado y el actual Orden Territorial dividido en Autonomías, antes de que una ocurrencia ´plurinacional´ de Pedro Sánchez, cobijada por el inmovilismo de Mariano Rajoy, dinamite por los aires todo lo que hasta ahora hemos conseguido.

Tengo claro que ante el desafío separatista de Puigdemont, Junqueras, Forcadell, Trapero, las CUP, Òmnium Cultural y la ANC, con Otegi y EH Bildu de muletilla, y el PNV de Urkullu como convidado de piedra, la solución debe ser contundente y drástica, a fin de salvaguardar el interés general de los españoles, siempre con la Ley en la mano. Medias tintas no caben. Las dudas en el momento crucial para tratar de doblegar el precipicio, bien podrían suponer una fuerte caída.

Ni Cataluña se va a ir, tal y como nos advierte Sánchez -básicamente porque no tiene patas-, ni tampoco es un país, sino una comunidad autónoma tan importante como el resto. El único país que yo conozco, y llevo sobre mi alma, es España. Ni España es plurinacional, ni el Parlamento catalán puede indebidamente apropiarse de lo que no es suyo. La soberanía del suelo español le corresponde al conjunto de los españoles, no sólo a unos pocos.

Ya está bien de tantas amenazas, mentiras y crisis mediáticas de estado, controladas al milímetro por quienes nos gobiernan, según les convenga, bajo unos parámetros que ni por asomo son las necesidades reales de los ciudadanos.

Si el diálogo que Sánchez, o la ocurrencia morada del ´Llongueras´ de turno, lo único que pretenden es dividir a la sociedad española tal y como lo estaba de fracturada en el 34, con tal de quedar bien con la esquizofrenia independentista, mejor que aborten el plan.

Si el diálogo que pudiera proponer Rajoy fuera para debatir sobre la Organización territorial, con objeto de solucionar la asimetría e igualar el trato que se otorga a unas regiones y otras, fortalecer la cohesión social entre españoles, independientemente de dónde residan, y potenciar la solidaridad interterritorial, hablemos pues. Soy consciente de que es necesario seducir a quienes no se sienten españoles, pero sin llegar a hipotecarnos con el destino sempiternamente.

El diálogo debe comenzar a partir del preciso instante en que Puigdemont y sus secuaces entren en la cárcel. Esperemos a la sentencia del Poder judicial. Entretanto, permítase la aplicación del artículo 155 de la Constitución aprobada en el último Consejo de Ministros.

España es un bonito proyecto en el que todos tenemos cabida, cualquiera que sea la ideología, siempre que se conviva en buena lid.

Mantengo que nuestro país es la casa de todos los catalanes, como Cataluña es la casa de todos los españoles.

España es una nación por la que merece la pena luchar. Está llena de grandes compatriotas, como el piloto del Eurofighter Borja Aybar, quien empeñó su vida por salvar la de los demás. Gracias, mi capitán. Descanse en paz. España se lo honrará siempre. No eyectarse para controladamente evitar que la aeronave impactase contra la población, es un heroicismo incontestable y un amor responsable por las personas digno de encomio y homenaje.

Gracias, mi capitán. Ha luchado por un país que otros pretenden destruir. Merece que avenidas, plazas, hospitales, aeropuertos, u otros lugares de interés, porten su nombre. Gracias, Borja. Es usted un héroe. España le debe una, allá donde esté.

*Iván González es presidente de LIBRES