Las redes sociales nacieron para quedar con los amigos. Una alternativa del siglo XXI para comentar tu vida a los colegas y a las tonterías que se dicen medio sin pensar en la barra de un bar mientras se toma unas cañas. Pero hoy, apenas una década después de su aparición, las redes sociales son de todo menos algo privado.

Todo lo que se publica en Facebook o en Twitter se somete al escrutinio público. Las chorradas del bar quedaban en el olvido con la siguiente idiotez del mismo grupo de amigos. Y pasaban desapercibidas para los ocupantes de la mesa de al lado, que a su vez estaban comentando otras cosas igual de intrascendentes y olvidables. Ahora todos esos comentarios, puestos por escrito en las redes sociales, quedan para siempre, y a veces hasta con fotos y animaciones. Por mucho que nos arrepintamos a los pocos minutos, siempre habrá alguien que guarde nuestra chiquillada para pasárnosla por el morro cuando le interese o para ponernos de todos los colores gritando a los cuatro vientos de las redes sociales lo que habíamos escrito en un momento de inconsciencia.

Pero no es solo que lo que pongamos en nuestras redes sociales nos marque para siempre. Es que lo que escribimos en el Facebook o en el Twitter mancha también a los grupos a los que pertenecemos. Si un hincha del Real Madrid dice una tontería en su Facebook sobre el Barça, para muchos aficionados azulgranas debería ser el propio club blanco quien tendría que pedir disculpas.

Lo mismo pasa con las empresas. Las redes sociales puede que naciesen como alternativa a la charla de bar, pero ahora son un escaparate de lo que somos. Las empresas ponen su mejor mercancía en el escaparate. Procuran que sus empleados que trabajan de cara al público vayan bien vestidos y atiendan a sus clientes con educación. A ninguna compañía le gusta que uno de sus empleados dé la nota, ni en el trabajo ni en la calle. Igual pasa con las redes sociales.

The New York Times, uno de los grandes periódicos del mundo, acaba de publicar unas normas sobre el uso de las redes sociales de sus redactores. No las redes oficiales del periódico, que eso se da por supuesto, sino las particulares de cada uno de sus periodistas.

El Times es consciente de la importancia de las redes sociales para que sus redactores promocionen sus informaciones e interactúen con sus lectores. Pero, claro, esa participación en las redes tiene «riesgos potenciales» para la marca, reconoce el periódico. Si sus redactores son percibidos como parciales, aunque sea en su vida privada, al margen del periódico, «puede socavar la credibilidad de toda la redacción». El Times es tajante: «los empleados de la redacción deben evitar publicar nada en las redes sociales que dañe nuestra reputación de neutralidad e imparcialidad».

Los jefes de cada departamento son los responsables de controlar lo que publican sus redactores en las redes sociales. Es decir, no hay redes privadas, al menos para un periodista. Todo lo que hace afecta para bien o para mal al periódico para el que trabaja. «Todo lo que publicamos o ´me gusta´ en línea es en cierta medida público», asegura el libro de estilo del Times, publicado en la propia web del diario para que todos sus lectores sepan a qué atenerse.

El Times neoyorquino entiende que los periodistas no pueden expresar opiniones partidistas o hacer comentarios ofensivos. No pueden tomar partido en ninguno de los asuntos que está cubriendo el periódico. Incluso aunque trabajen en una sección diferente a la del tema del que quieren hablar. Vamos que no puedes opinar sobre Mariano Rajoy ni aunque seas un periodista deportivo. El diario pone el ejemplo de los tweets de alguno de sus periodistas crítico con Donald Trump: «Se toman como una declaración del The New York Times, incluso si son publicados por quienes no los cubren. La Casa Blanca no hace distinción».

Los periodistas del Times tampoco pueden quejarse en las redes sociales del servicio que reciben como ciudadanos particulares por parte de otras empresas. Es decir, que si estás descontento con tu compañía de teléfonos, te lo callas para evitar que la empresa criticada te «dé una consideración especial debido a su condición de reportero».

Evidentemente los reporteros de este diario tienen prohibido usar sus redes sociales para «revisar editoriales u opiniones» del periódico o publicar una noticia primero en su Facebook o en su Twitter privado que en el de la empresa que les paga, salgo que reciban una indicación en contrario de sus jefes.

También deben tener cuidado con las cosas que comparten o con los ´me gusta´ que ponen: «Compartir una variedad de noticias, opiniones o sátiras de otros suele ser apropiado. Pero vincular constantemente a solo un lado de un debate puede dejar la impresión de que tú también estás tomando partido».

El Times concluye en sus normas para redes sociales privadas que las pautas de periodismo ético que funcionan en la redacción para elaborar las noticias del periódico «también se aplican aquí». Vamos, que las redes sociales pueden ser cualquier cosa menos privadas.