Indiferente al color de los gobiernos, el fuego atacó el pasado fin de semana a Galicia y al norte de Portugal, así como a Asturias. Mal asunto para los que pretenden sacar partido y votos de los incendios. La geografía y la meteorología mandan más que la política en estos asuntos vinculados a la Naturaleza. Prueba de ello es que las llamas afectaron por igual a la fachada atlántica de la Península e incluso a la parte cantábrica de Asturias, coincidiendo con la sequía, los vientos, el calor y las bajas humedades. Mandase quien mandase allí. Ninguna de esas evidencias disuadió a algunos gallegos de manifestarse contra su gobierno de derechas; ni a otros tantos portugueses de afearle su conducta al Ejecutivo que en el país vecino reúne a todas las izquierdas. Unos y otros parecían obedecer a la vieja consigna: ´Piove, governo ladro!´ (´Llueve, ¡gobierno ladrón!´) con la que los italianos suelen atribuir a sus mandamases la culpa de cualquier desorden. Se trata de una creencia exagerada en las virtudes del Estado. Ningún gobierno puede meter en vereda a las isotermas y a las isobaras; pero sigue habiendo mucha gente convencida de que basta un decreto-ley para poner orden en los elementos. Si el fuego arrasa un país, la culpa es indefectiblemente de quienes no supieron tomar las medidas legislativas necesarias para hacerle frente. Por fundadas que estén -o no- sus razones, la oposición ejerce su papel de oponerse y la ciudadanía ha de felicitarse por ello. Un gobierno, cualquiera que sea, tiene por principio la culpa de todo lo que ocurra en su territorio. El deber de sus adversarios consiste precisamente en desenmascararlo, poner en evidencia las tretas de las que se sirve para camelar al pueblo. A diferencia de lo que ocurre en Italia, nadie culpa aquí de la lluvia al gobierno -mayormente, porque hay sequía-, pero sí se le achacan responsabilidades por el fuego, que es otro elemento de cuidado. Lógicamente, la última oleada de incendios en los bosques ha suscitado la indignación de los ciudadanos, irritados más bien con los incendiarios, y las subsiguientes manifestaciones contra los gobiernos de Galicia y Portugal. Ahora bien, existen cuestiones estratégicas -como los incendios forestales y el terrorismo- sobre las que conviene hilar fino para no dar pistas al enemigo, que en este caso lo es de todos. La oposición está en su derecho y hasta en su deber de culpar al gobierno por su real o supuesta ineficacia contra el fuego, pero quizá no sobrase hacer alguna alusión previa a los incendiarios que, salvo noticia en contra, son los que queman el monte. Lo malo de jugar con el fuego para quemar a un gobierno -ya sea de izquierdas, ya de derechas- es que los pirómanos pudieran llegar a la convicción de que la culpa de sus fechorías corresponde a los políticos y no a ellos. Una idea a todas luces desquiciada que tal vez perjudique por igual a progresistas y conservadores, a la vez que beneficia a los auténticos culpables del desastre. El fuego no entiende de ideologías.