Sigo esperando poder hablar con alguien que me pueda convencer sobre la bondad del proyecto del hotel del puerto de Málaga. Por supuesto, es verdad que he encontrado a muchos ciudadanos que se sienten alarmados por el proyecto del hotel y las oscuras raíces que lo sustentan. Es impresionante la unanimidad en los argumentos de los que lo rechazan: argumentos que me llegan de amigos y compañeros del Consejo de Europa y de la Convención Europea del Paisaje y de valerosos periodistas, de colegas y maestros del mundo del turismo internacional. Sin olvidar a ilustres arquitectos y paisajistas y profesores de la UMA y de otra universidades andaluzas, ante los que nos descubrimos, y sobre todo de numerosos ciudadanos sensatos y con buen gusto. Según ellos, el posible hotel sería una atrocidad sin paliativos. Una pesadilla llegada de la noche de los tiempos del gilismo marbellí. La misma Marbella que se levantó, con valentía y con los anticuerpos de su larga lucha, en diciembre del 2013. Cuando desde el Ayuntamiento local nos anunciaron que se daría luz verde a la construcción de varios rascacielos en el término municipal.

El pasado sábado la portada de La Opinión de Málaga nos anunciaba dos importantes noticias: «La Junta agiliza los trámites y da oxígeno al proyecto del hotel del puerto». El otro titular nos informaba que «La capital firma el mejor verano de su historia. La cifra de visitantes extranjeros supone ya más del 60% del total». Ambos artículos - excelentes - llevaban la firma de un prestigioso periodista de esta casa: José Antonio Sau. Y ambos llevaban a la atención de los lectores una coincidencia que no dejaba de ser interesante. Por un lado, la amenaza de la que históricamente sería una segunda atrocidad turística - de la primera hablaremos a continuación - como la que representa para Málaga y para la provincia el proyecto del polémico hotel del puerto. Ya en manos municipales, por decisión de la Junta, en el papel ésta de un Pilatos institucional, pasando la responsabilidad exclusiva al Ayuntamiento malagueño.

Volvamos a la otra noticia, la buena: las muy positivas cifras de este verano en cuanto a la afluencia de turistas extranjeros a la capital. No nos sorprende. Desde hace años la trayectoria ascendente de Málaga como una de las joyas de la Costa del Sol ha sido una emocionante historia de éxito. Éxito tan deslumbrante e inesperado como merecido. Un cúmulo de aciertos y decisiones inteligentes por parte de los responsables del Ayuntamiento malagueño y los empresarios turísticos nos ha permitido ser testigos de un fenómeno que siempre nos fascinará a los que hemos dedicado nuestra vida profesional al turismo: el constatar que es posible el transformar un lugar aparentemente mediocre y por lo tanto invisible para los mercados turísticos en un rutilante objeto del deseo. Es obvio que la nueva Málaga hasta ahora satisface plenamente las expectativas de nuestros visitantes. ¿Respondería positivamente a esas expectativas un edificio descomunal, ásperamente agresivo y totalmente inapropiado para una milenaria y hermosa ciudad andaluza como es Málaga? Lo dudo.

Continuemos con la mala noticia. Opino que este posible hotel del puerto de Málaga sería una muy seria amenaza no solo para nuestra capital, Málaga, sino para lugares como Marbella, constantemente en el punto de mira de aquellos que durante décadas han destruido auténticos tesoros paisajísticos y medioambientales de las costas españolas. Tampoco deberíamos olvidar que el apoyo al proyecto por una teórica mayoría del Consistorio malagueño representaría la segunda vez que en la reciente historia del Ayuntamiento malacitano se comete un gravísimo atentado urbanístico contra los legítimos intereses de una de las más importantes provincias turísticas de España.

La primera atrocidad a la que me refería fue la destrucción en las décadas de los sesenta y los setenta -con una ferocidad que supera la de muchas colonizaciones depredadoras del siglo XIX- de los patrimonios culturales y naturales de aquel añorado Torremolinos, entonces una barriada de la capital. Pues es cierto que aquellas atrocidades, como la laminación del legendario Hotel Santa Clara y sus valiosísimos patrimonios históricos (hoy podría ser el más bello Relais & Château de España) fueron bendecidas, alentadas y autorizadas desde los mismos salones donde ahora debaten los munícipes malagueños. Que se tienen que enfrentar a la ´patata caliente´ del hotel del puerto, como nos informa el titular de La Opinión. Entonces se tomaron unas decisiones lamentables. Incluso vergonzosas en muchos aspectos. Con un terrible coste final para un lugar maravilloso como Torremolinos. Esperemos que la historia no se repita.