Estos días se celebra la Oktoberfest en Torremolinos. Si no puedes ir a Munich es un buen sucedáneo. Torremolinos no es Munich, pero tiene playa. Mejor clima. En Torremolinos sigue habiendo suecas, pero también danesas, noruegos, holandeses, madrileños o catalanes. Incluso letonas. En cambio, en Munich, va uno y solo ve alemanes. O será que uno es poco observador. O que a lo mejor nunca ha ido a Munich y tiene el tópico metido en la cabeza igual que otros tienen el nacionalismo, el catecismo o la receta de la sopa de tomate.

Torremolinos carece de catedral pero posee la Casa de los Navajas, que yo veía desde el balcón del piso de mis padres cuando era niño, cuando era adolescente y ahora que no sé lo que soy y tengo en esa morada mi alma y el secreto, cuando en ella entro, para detener el tiempo. Una buena oportunidad, digo, para agarrar a varias de nuestras personas favoritas, plantarse en el centro del municipio y pimplarse una gran jarra bien fresquita acompañada de una salchicha con mostaza. O si uno no es muy alemanófilo, con unas gambas, unos mejillones o inclusive un puro de buen tamaño. Sin echarle el humo a nadie, cosa que está muy fea. En Torremolinos y en Munich. Con la fiesta de la cerveza de octubre en Munich me pasa como con los Sanfermines, que todos los años quiero/planeo ir y todos los años no voy. Ya van siendo demasiados sitios donde he adquirido la costumbre de todos los años no ir. Me pasa también con la fiesta del marisco en O Grove, con el carnaval de Nueva Orleans o con la tomatina de Buñol, si bien a la tomatina de Buñol yo iría con una tostada gigante para untar aceite y todo el tomate que se desperdicia. Y me quedaría un mes, desayunando solamente. Cada día medio metro de pan con café con leche. Y luego a dormir. El problema sería que vendría con muchas ganas de cerveza.

La cerveza es un amanecer en los párpados, nos dejó dicho Gonzalo Escudero. No sabemos quién es Gonzalo Escudero ni si la imagen es sublime y metafórica o una carajotada sin sentido. Eso nos pasa por buscar frases sobre la cerveza en lugar de hablar de nuestra propia experiencia, que es lo que hacen los verdaderos periodistas y los columnistas que quieren transmitir sensaciones de verdad en sus columnas. A mi la cerveza me gusta malagueña y exquisita pero no desdeño la madrileña cinco estrellas, ni una sevillana muy afamada, ni la que lleva nombre de monumento granadino. Mi padre tomaba una con nombre de arcángel, que siempre me ha parecido que tiene un regusto amargo, sin embargo agradable. Ahora se ve mucho una gallega. Pero vamos a ir acabando o concluyendo el panegirismo cervecero, que soy capaz de ensalzar las bondades también de las extranjeras y se nos va el artículo por el lado líquido en lugar de por el de la exaltación de momentos de felicidad como los que pueden propiciar ferias de la cerveza, del queso, de la chacina, las zanahorias morás, las aceitunas o el jamón. Por ejemplo. Ferias que tanto abundan en la provincia propia y en las vecinas, a las que conviene acudir. Se despeja y evade uno mucho. Da gusto a los sentidos. Celebra la amistad. Es el objetivo. Salud.