Ya apuntaba Orwell en La rebelión de las masas que el nacionalismo es lo opuesto a la creación histórica por sus métodos primitivos de acción y el tipo de hombres que lo lideran. Pongan ustedes los rostros. Nada le debe la humanidad al nacionalismo. A sensu contrario, todo impulso político encaminado a la mejora común para hacernos más grandes y dignos lo ha sido a costa de romper barreras. Podría poner ejemplos históricos, que los hay a espuertas, pero temo que, al final, el infranqueable posicionamiento fanático de muchos quite valía a esas enseñanzas objetivas que nos han encomendado los siglos. En su lugar, podemos acudir, si me lo permiten, a la ficción épica, que no por ser figurada deja de irradiar grandes enseñanzas y, además, goza de aceptación general y de asepsia política y valorativa. Tómenla en serio. Desde luego, la humanidad y los pueblos deben de aspirar a algo más grande que la defensa de la línea racial y de las lindes o mojones del terruño propio. ¿O acaso no derrocha emotividad y esperanza por los cuatro costados ese grito desgarrador de Thorin, Escudo de Roble, rey de los enanos en el exilio, cuando, destruyendo toda rencilla histórica con sus vecinos políticos, irrumpe desde su fortaleza y, en mitad del fragor de la batalla, clama aquello de «¡A mí! ¡A mí! ¡Elfos y hombres! ¡A mí! ¡Oh, pueblo mío!» Lágrimas como puños, oigan, cada vez que lo leo. Y ya van unas cuantas. ¿Será que uno se hace mayor o, más bien, que todo lo referente a la cooperación, unificación y hermandad entre los pueblos es lo que verdaderamente dignifica al hombre y lo ensalza por encima de las fronteras? No quiero volver a hablar pues del nacionalismo. Hablemos de lo contrario. Hablemos de la cooperación. De la cooperación solidaria y silenciosa dirigida a los indefensos de la Tierra, a los más pequeños, a los niños. Por encima de nacionalidades, razas, creencias e ideologías, los niños de aquí y de allí son el futuro del mundo. La semilla en la que volcar nuestras esperanzas para poder aspirar a que este trozo de roca sobre el que planeamos por la galaxia se convierta en un lugar mejor. En este orden de ideas, les cuento que Málaga, bajo la reincidente y generosa acogida del Ateneo, abanderó la semana pasada la celebración de las VII jornadas de cooperación sanitaria pediátrica que organizan y coordinan la doctora Mercedes Rivera Cuello y el doctor Antonio Medina Claros, ambos pertenecientes al Área de Gestión Sanitaria Este de Málaga-Axarquía. Los profesionales que acuden a este encuentro no lo son al uso. Les hablo de personas que, rompiendo las cadenas de su zona profesional de confort, extienden vocacionalmente su trabajo y su tiempo más allá de sus fronteras nacionales, abarcando poblaciones y territorios donde la necesidad es incuestionablemente patente. Las participaciones de este año nos traen historias desde Mozambique, Swazilandia, Etiopía o Pakistán, contando, además, con la presencia de los grupos de cooperación de la AEP y la SEIP así como con Médicos sin fronteras, Alegría sin fronteras, el Instituto de salud global de Barcelona y el Instituto misionero de la Consolata. En esta convocatoria cabe destacar el testimonio del doctor Abdulkarim Ekzayez, quien ha puesto de manifiesto la auténtica caza de brujas y el desmantelamiento que sufre en Siria todo lo sanitario, llegándose a la creación de hospitales clandestinos que subsisten en cuevas y que son amparados por profesionales que se juegan la vida sosteniéndolos. Y si bien es loable la particular ala vocacional de estos héroes que interactúan a lo largo del planeta, tanto más merece salir del silencio la fidelidad con la que son acogidos en los diversos campos de destino por quienes trabajan, cooperan y viven en las zonas de conflicto de manera permanente, como un injerto de esperanza en la realidad de los pueblos del mundo. En estas sedes, le pese a quien le pese, goza de un papel indubitadamente protagonista la Iglesia. Les guste o no, son los misioneros quienes mayoritariamente y mejor entienden esta labor desde su presencia continua en los lugares de ruptura, siendo testigos y acogedores del capital humano de cooperación que se ofrece desde el primer mundo. Así está el patio. No lo olviden. Comparen, observen y recuerden.