Alejandra, a sus tres años, tiene un aparatoso armatoste en la cara para poder respirar. A mí me parece guapísima esa niña malagueña. La miro en la portada del periódico de ayer en brazos de su madre -guapísima también-, que pide con elegante serenidad un profesor a domicilio para su hija afectada de artogriposis congénita, y me parece lo más importante, por supuesto, de la semana. Como pueden comprobar, en este periodístico oficio que se extingue como se extinguió el oficio de Pinito del Oro -lo apuntaba José María de Loma, con dolorosa perspicacia, en su columna dedicada in memoriam a la famosa trapecista-, algunos lo hacemos cada vez peor a la hora de saber valorar lo que ocurre. Para mí, por ejemplo, el kafkiano procés en Cataluña, obviamente, jamás importó tanto como una educación para Alejandra.

Por la risa

Pero los medios son fiel reflejo del batiburrillo mental que confunde a una sociedad fracturada, en el caso concreto de Cataluña; y algo desnortada, bastante impávida y entregada al consumo en el resto del mundo. Y por eso todo lo que pasa y pasará, supongo, Trump mediante. «El arte es una mentira que sirve para comprender la verdad», nos recordó Albert Boadella, el gran «botifler» para los indepés, a quienes le acompañamos como premiado por el «Club Liberal 1812» en el náutico Club Mediterráneo de Málaga. En la divertida y culta presentación que hizo del teatrero catalán «exiliado» en Madrid, la profesora y escritora Elvira Roca Barea recordó a los diputados ultramarinos de 1812, y en concreto al abogado indígena peruano Dionisio Inca Yupanqui, presente en las Cortes de Cádiz. Lo hizo para resaltar aquel amplio e integrador concepto de nación española recogido en La Pepa, frente al infantil reduccionismo del actual independentismo catalán.

Las Españas

Inca Yupanqui, a propósito, comenzó así su demanda como delegado de las Américas en aquellas Cortes constituyentes, en 1810: «Señor, no he venido a ser uno de los individuos que componen este cuerpo moral de V.M. para lisonjearle, para consumar la ruina de la gloriosa y atribulada España, ni para sancionar la esclavitud de la virtuosa América. He venido sí, a decir a V.M. con el respeto que debo y con el decoro que profeso, verdades amarguísimas y terribles si V.M. las desestima; consoladoras y llenas de salud, si las aprecia». Su excelsa retórica parlamentaria buscaba un valiente objetivo: «De á mandar á los vireyes y presidentes de las Audiencias de América que con suma escrupulosidad protejan a los indios, y cuiden de que no sean molestados ni afligidos en sus personas y propiedades, ni se perjudique en manera alguna á su libertad personal ni privilegios». Reseñar el incapaz discurso de Puigdemont de ayer merece mucho menos el espacio.

Esperpento

Porque hasta ayer, y sólo en aras de la concordia final, se podía intentar igualar -a pesar de que nunca hayan sido iguales ambas representaciones estatales- la réplica y la contrarréplica de Puigdemont y de Rajoy, partidismos al margen. Pero por mucha pequeñez que se pueda aducir en los altos representantes de la actual política española (o de las Españas, como se diría en el 12) empieza a ser difícil en esta sinrazón exigirles por igual a ambos contendientes. El irresponsable infantilismo de quienes, entre los suyos, han arrinconado a un incapaz Puigdemont hacia la DUI no tiene nombre. Y lo que está ocurriendo en Cataluña sólo admite el de esperpento.

Universo y Parlament

Arrimadas e Iceta pronunciaron brillantes discursos en el Parlament como réplicas al victimismo agresivo de Puigdemont. Albiol sólo tuvo altura física en el estrado. Extraña el poco acierto del PP con sus candidatos en Cataluña. Pero si algo podía corroborarse viendo ese extraño pleno extraordinario tras semanas de parlamento cerrado en Cataluña, por orden del propio Govern, es que el resto de los españoles estamos ante un problema entre catalanes que nos salpica a los demás. Algo similar ocurría en Euskadi, aunque con otros matices. Y mientras sucedía este peligroso despropósito en un universo tan reducido, la página web de Cambridge se colapsaba por los cientos de miles de visitas a la tesis de Stephen Hawking sobre la expansión del universo. Qué pena da.Flautista de Lagunillas

Una pena más grande ha sido la muerte del bueno de Miguel Chamorro. Él era el alma sobre la que se sostenía «Fantasía Lagunillas», la colorida esperanza de un barrio semiderruido en pleno centro de Málaga. Como un flautista bueno de Hamelin, Miguel ocupaba a los niños en las horas muertas para que no terminaran medio muertos a deshoras. Un día se acercó a la oficina del Festival de Málaga para pedirle a su director, Juan Antonio Vigar, que se convirtiera en patrocinador de una de sus actividades por un valor de... ¡300 euros! Luego fuimos con él a ver solares con escombros donde proyectar películas e idear actividades. Jamás le perdí desde entonces hasta perderle para siempre. Perduran su humilde testarudez, su obra y su inspirador recuerdo... Porque hoy es sábado.