La política siempre nos la juega. Da igual la papeleta de una mitad, de muchos y de los que piensan en blanco. La política es como la banca: gana y se lo lleva. La ideología, los principios, los deseos, las normas, las leyes, el consenso, la ciudad, nosotros los de a pie, es lo de menos. O si usted prefiere, son excusas, coartadas, el tablero o el tapete para seguir de mano en el juego y llevarse lo que conviene a la cuenta corriente del ego. Lo mismo da que se trate de una república independiente que de una torre de las vanidades con las que hacerle un roto al horizonte. Al de España o al de Málaga. A cualquier paisaje en el que la ciudadanía se identifica, se reconoce, convive con su memoria, admira los transatlánticos del progreso y considera que el futuro es cuestión de compartir un mismo sueño y sus lenguajes. Para los gobernantes lo mismo importa la crítica chica que la crítica grande, entre una y otra meten el pie de mando sin reparo y no hay quién le dispute la bocamanga o el matute de su propósito visionario.

Ha sucedido en Cataluña con una enajenación de ruptura que duele e irrita, especialmente por la cobardía -por mucho que algunos la califiquen de estrategia de combate- de no hacerlo a voto descubierto como exige la honestidad de rebelarse y reivindicar ese coraje. Y ocurre de otra forma, más pequeña y sin tanta brecha, afortunadamente, en Málaga donde el presidente de la autoridad portuaria y el alcalde del PP insisten en plantar un Sputnik de 135 plantas a pie de oleaje, partiendo en dos la fachada mediterránea con este dildo para el turismo de helicóptero, cuyo disfrute ciudadanos será el de presumir de tenerla más grande. Rompe y contamina por arriba y por abajo, y le corre el rímel al cielo, este absurdo faro del capital privado de clase alta. Un hotel de los líos (los que se traen y los que desconocemos) dividiendo al personal entre los que le hacen la ola a Plata, a De la Torre y a Juan Cassá, tres tíos Gilitos con pupilas de caja. Por cierto, que habría que preguntar al representante de Ciudadanos qué de qué ciudadanos después de quedarse tan pancho esta semana al decir que hay que recortarle presupuesto a los museos franquicias -el Ruso y el Pompidou que han proyectado Málaga junto con el Museo Picasso, a una capitalidad cultural que atrae turismo y elogios- para darle ese dinero a las cofradías. Las que, según él de verdad representan a Málaga y hacen más por los malagueños. Es evidente que el tipo busca votos y salir en procesión bajo palio de alcalde. Tan poco sorprende su defensa del retorno al XIX. Nada más tomar poder se cargó el Instituto Municipal del Libro y ahora le sobran los museos contemporáneos. Sólo le cuadran el del Automóvil, el de Revello de Toro y el de las Costumbres Populares. Lo único que cabe decirle a este aspirante a regir La Casona y a inaugurar el casino de 135 plantas, que hay cuatro tipos de políticos: los inteligentes y preparados, los intuitivos, los listillos y hábiles y por supuesto los tontos.

No es extraño con esa cultura que este paladín de la política con un pasado de huella blanca desprecie con ardor a quienes critican la torre con la que Plata sueña ser el Hércules plus ultra -aunque tenga, de momento, una sola columna-. Él también se pone airado y nervioso si le mentan la bicha del impacto de la enigmática inversión privada en un suelo público y a la que la Junta de Andalucía (de la que se trajo su currículo cinco estrellas) le tramita por vía rápida su Seguí de vértigo enhebrando la brisa, mientras que a la mayoría de los arquitectos los condena al laberinto burocrático del aburrimiento. La misma Junta que juega con el ayuntamiento al ajedrez del metro y que en el caso del hotel se celebran ambos la rapidez del respaldo. Lo mismo que han hecho ambos políticos con el vergonzoso informe de Medio Ambiente descartando el impacto ambiental y alegando (descojónense en coloquial como yo) que sólo sobresale el glande arquitectónico, según desde dónde uno quiera mirar su erección en el paisaje.

Otrosí de Junta y del Ayuntamiento, tan democráticos ambos a diario y seguro que frente a la Catatonia de las pos verdades (por cierto, una de ellas es la antigüedad de su lengua que en realidad fue el dialecto provenzal del lemosín sin literatura alguna, hasta que 400 años después de la Gramática española de Nebrija Pompeu Fabra se inventó la primera Gramática sobre el catalán, conformado por el dialecto de Barcelona) es el rechazo, casi aversión, a la sociedad civil que se opone a la primera piedra de lujo del monopoly del puerto. El Colegio de Arquitectos, la Academia de San Telmo, la plataforma Defendamos nuestro horizonte, Ecologistas en Acción, los grupos municipales de IU y de Málaga Ahora, periodistas, escritores, ciudadanos ilustres y un sensato geógrafo como el profesor de la UMA Matías Mérida con su detallado y, este sí, riguroso estudio, no sólo no tienen valor de voz para quienes gestionan el patrimonio de Málaga sino que son tachados de carpetovetónicos y toca pelotas del progreso. Sólo les ha faltado a los chamanes de la ciudad llamarnos masones, como hubiese hecho Franco en sus mejores tiempos de gala, ejecuto y a los críticos borro de en medio.

No le pega a usted, alcalde, no es su talante, enrocarse junto al boss del puerto y protagonizar ese estribillo de la sabia picaresca popular de Plata tajo la torre y La Torre mucha plata. Tampoco los ciudadanos, cansados en lo psíquico y en lo emocional, heridos en la razón y en el paisanaje europeo, nos merecemos que sigan e insistan ustedes tomándonos por tontos, con tantas defensas de triquiñuela de su catarí Hotel para la catarsis, y sin tener en cuenta las alegaciones públicas y alimentando las innumerables bondades del dildo del Levante a base de mover dinero por las tuberías subterráneas de la publicidad en prensa. No nos adoctrinen también acerca de las bondades económicas y turísticas del Hotel Casino -mejor deberían estar regulando la burbuja y el acoso del boom de los apartamentos turísticos-. Ni le regalen el oído a los acomplejados y a los que sueñan con ser capital mediterránea de Las Vegas diciendo que el edificio de Seguí es como un maravilloso Peine de los Vientos de Chillida, como el Kursall de Moneo de ese mismo San Sebastián, igual que el Guggenheim que transformó Bilbao. Empeñarse en las mentiras de la seducción no conduce a nada bueno, estimados políticos. Y no se tomen los argumentos y reparos del pueblo ilustre como agravios personales ni se hagan mártires de la victimización. Sean gestores para todos y de verdad, sean responsables y morales, que es lo que se le exigen a los políticos y a los que administran el poder, y sean brillantes y audaces. Escuchen y pregúntense por qué en lugar de insistir tanto en su torre de las vanidades a pie de levante no la edifican en el nuevo paseo marítimo, contribuyendo a darle futuro a un barrio dormitorio de la nueva juventud, y necesitado de infraestructuras que le otorguen identidad contemporánea. Dejen de mirase narcisos y en levitación sobre el mar y, cómo defiende el arquitecto Ángel Pérez Mora, sean audaces en solucionar la herida sucia de ese río sin agua, amurallado y marginado que brecha Málaga en dos. Eso sí que es un reto de futuro y un consenso de todos, aunque desde luego poco tiene de negocio lucrativo.

Málaga ha recuperado con criterio y éxito el puerto para la ciudad. El visitante admira su oferta de paisaje azul y gastronomía, de náutica de exposición y de turismo. Despejarse hacia el horizonte es una forma de consumir la felicidad. Dejen de jugar, como si sólo fuese suyo, el futuro a plata o cruz.