Opinión | El palique
Barcos y libros
La han dado un premio a Proteo Prometeo, librería en la que a veces uno se refugia de las inclemencias de la vida
El otro día me dio por ir a dar un paseo al Muelle Uno. A media Málaga, también. La otra media debía estar subida en alguno de los barcos atracados en la zona. La fragata Numancia, el melillero, uno de la OTAN, el portaviones Juan Carlos I, las embarcaciones de recreo. Málaga marinera. Y comilona.
Cabía un alfiler en los abrevaderos, restaurantes, quioscos o tascas de la zona. Pero no una familia de alfileres o unos alfileres gordos. Llenazos. Colas en una célebre pizzería, apretujones en una cervecería muy frecuentada por jóvenes. Lleno hasta lo que no se llena casi nunca. Un gentío que iba y venía al sol. Pero Dios mío, me pregunte, ¿no hay nadie en los museos? Y en su casa, ¿no hay nadie? Pues sí, había más gente: en la calle Larios. Que ya está siendo engalada para la Navidad. Hay ciudades en las que es Navidad un diez por ciento del año. A esta hora hay alguien en un municipio lejano planeando venir a Málaga a ver las luces. Y vamos a ir parándonos aquí que luego nos sale una columna de esas malaguitas alabando el lucerío y uno, qué le vamos a hacer, es más de alabar librerías. Como Proteo Prometeo, que ha recibido el premio Librería Cultural que otorgan los libreros y el ministerio del ramo y que tiene una dotación de nueve mil euros.
Nueve mil euros siempre le vienen bien a un librero. Y a quién no lo es. Conociendo a los de Proteo son capaces de gastárselos en libros, lo cual sería un pleonasmo o redundancia gigante y gozosa que aumentaría el fondo de ese par de librerías en las que uno no pocos ratos ha sido feliz curioseando por los estantes, leyendo solapas, oliendo volúmenes gordotes, comprando otros más finos. Una vez me refugié allí de una lluvia repentina, inopinada, veraniega y como azul que me manchó la parte izquierda de la camisa, el pantalón y los calcetines, aunque más bien debería decir el calcetín. Ya dentro abrí un libro llamado El hombre mojado. En él daban una curiosa solución para volverse impermeable. Salí a la calle. Había dejado de llover. No pude comprobar si el ensalmo había surtido efecto. Pero volví a la librería y adquirí el libro. Adquirir es como los finos dicen comprar. Llevé conmigo el libro todo el día y parte del siguiente, sólo por ver si llovía y tenía que consultar el hechizo o fórmula. Habría sido mejor llevar un paraguas, claro. Pero los paraguas no me caben en el bolsillo y la literatura a veces sí. También los libros que ayudan a protegerse de la lluvia, que a veces es como la vida, inclemente y despiadada pero mejor si se tiene un libro a mano.
Las librerías también están a veces llenas en Málaga, como el Muelle Uno o los museos. Los libros se apretujan en las mesas de novedades y cada quince días los mudan. Yo no sé dónde estarán los ejemplares ahora de aquel libro, El hombre mojado. Tal vez en ningún sitio, dado que no es descartable que la memoria me falle. De hecho, no me acuerdo si los barcos continúan allí o no. Tampoco de si la previsión daba lluvia. Llevaré un libro por si acaso.
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