El Brasas, así es reconocido en el ambiente carcelario el presidente de la Asamblea Nacional Catalana. Su ingreso en Soto del Real ha debido acrecentar su trastorno independentista hasta hacerlo insoportable para su compañero de celda.

El Brasas es tan cansino como el Puig, pero éste, que no ha pisado la cárcel aún, se ha ido con su música a otro sitio, Bélgica, y entre chocolates y mejillones ha caído en la cuenta que su recorrido independentista ha terminado y ahora toca lo que toca, ser juzgado en España, su país. De vuelta a casa al Puig se le va a recibir como se merece, con los brazos abiertos por la Audiencia Nacional donde, accediendo a sus deseos, faltaría más, tendrá en su momento ese juicio justo que implora.

Nadie se ha cuestionado a estas alturas que alguien pueda tener un juicio injusto, sólo el Puig que, desconfiando de las instituciones de nuestro estado de derecho tiene miedo de probar su medicina. Seguro que no será así, poco a poco irá recobrando la fe en nuestro modelo de convivencia que ha venido despreciando tiempo atrás y quién sabe, igual hasta aflora su vena patria.

Comprobará que aquello que no ha respetado será respetuoso con él, tendrá la oportunidad de entender que las leyes se hacen para respetarlas, y quizás alcance a entender, tiempo va a tener de aplicarse, que quien las incumple, paga por ello.

Su destino está escrito, él y su pandilla, que no panda por aquello de ser respetuosos, tozudamente lo han decidido. Ahora sólo queda esperar a que en Soto del Real, si se decide su alojamiento, sus compañeros de albergue lo reciban con banderas españolas y el himno nacional, lo que es lo mismo, dándole la misma brasa, pero de mejor gusto, que el Jordi ha dado a su compañero de celda, al que por cierto, no ha convencido y han tenido que rescatarlo del insufrible martirio. Quizás a partir de ahora tengan que rotar por días o semanas, o lo que la mente aguante, para compartir habitáculo con tan cansino personaje hasta que desista del discurso y pueda tener pareja estable de presidio.

Mientras tanto el Puig que debe tomar buena nota, en las cárceles impera una ley no escrita entre los reclusos que también se respeta y entre esos códigos está no dar la matraca al compañero. Allí sí impera la doble legalidad, la de régimen interno y la otra, con ambas tendrá que convivir, es lo justo, tan justo como el juicio que reclama.