Ser del Barça o del Madrid («ser» del Barça o del Madrid: por eso es tan difícil cambiar de equipo de fútbol) es casi siempre muy fácil pero también, y eso siempre, muy difícil. Es fácil disfrutar de un equipo en el que juegan tipos como Messi o Isco, pero es difícil tener que estar siempre a la altura de las circunstancias de equipos nacidos para ganar y ganar y ganar y ganar y luego volver a ganar. El Madrid perdió en Girona y en Inglaterra y parece que el triunfal ciclo blanco de la mano de Zidane se acaba como se terminó el vino en las bodas de Caná, pero sin nadie que pueda hacer el milagro de convertir el agua de la cantera en un buen vino capaz de volver a ganar la Liga de Campeones y recortar la enorme distancia con el Barça en la Liga. Tonterías. El Madrid sigue siendo candidato a ganarlo todo, pero hay equipos y aficiones para los que una derrota es la derrota. Por eso ser del Barça o del Madrid significa disfrutar a menudo de la alegría de los triunfos y también sufrir, casi nunca en silencio, con las derrotas. Sin embargo, ser del Girona o de la Cultural Leonesa, por ejemplo, hace casi imposible la celebración de un título (pero a veces ocurre, como con el Leicester en la inolvidable temporada en la que ganó el título en la Premier League) y asegura el estoicismo en la derrota y el más luminoso epicureísmo en la victoria. Es la ventaja de jugar al fútbol sin la obligación de ganar siempre y, además, jugando bien.

En un diálogo de la película París, Texas, el niño Hunter Henderson pregunta a su tío Walt hacia dónde conduce, y él responde que sólo conduce. Es eso. Barça, Madrid, Manchester City, Bayern de Múnich, Juventus y, a partir de ahora, el riquísimo París Saint-Germain de Neymar, Cavani y Mbappé jamás pueden decir que “sólo conducen” porque saben perfectamente a dónde van, mientras que el Girona o la Cultural Leonesa sí se limitan a conducir en sus competiciones porque no olvidan de dónde vienen, y eso mucho más importante que tener claro a dónde van. El dichoso mantra del partido a partido es una estafa. Nunca un gran equipo nacido para ganar siempre va partido a partido porque sus objetivos están tan claros como el azul de los ojos de Paul Newman. ¿Partido a partido? Eso puede decirlo Simeone porque el Atlético de Madrid es uno de esos equipos especiales que a veces se limitan a conducir, como hace el Girona, y otras veces se les mete en la cabeza que tienen que ganar un título. Pero el Madrid de Zidane o el Barça de Valverde jamás van «partido a partido», como lo prueba el hecho de que cuando pierden un partido (el rival es lo de menos) parece que ha llegado el fin del mundo, el apocalipsis zombi, la apertura del séptimo sello, el llanto y crujir de dientes, la caída del Imperio romano. ¿Saben qué pasará si el Girona «triomfant» pierde el próximo partido de Liga? Nada. ¿Por qué? Porque el Girona sólo conduce, y sus seguidores sólo disfrutan del viaje hacia no se sabe dónde. Tiene que ser futbolísticamente terrible, y muy estresante, saber siempre a dónde se va. El mismo Girona que venció al Madrid puede descender a final de temporada. Y el mismo Madrid que perdió en Girona puede ganar la Liga. Si el Girona desciende, no será una tragedia. Si el Madrid no gana la Liga y, además, el Barça sí, rodarán más cabezas que en “Sleepy Hollow”. Ahora bien, si el Girona desciende ya sabemos que su epitafio será el mismo que el de Cable Hogue en la fascinante película de Sam Peckinpah: Aquí yace Cable Hogue, el hombre que encontró agua donde no la había. Si el Madrid no gana títulos, en el epitafio de Zidane ni siquiera podremos leer «gracias».