Ha transcurrido más de un siglo, pero en el deporte, como ocurre en tantos y tantos ámbitos de la sociedad actual, todavía queda bastante en el largo y tortuoso camino hacia la igualdad plena entre los hombres y las mujeres. Corría 1902, justo el año en el que se fundaba el Málaga Football Club o se matriculaba el primer coche en España, cuando empezaba a tomar forma el sueño del profesor holandés de educación física Nico Broekhuysen. Ideó el korfbal, también llamado balonkorf, a modo de juego que podría enfrentar en igualdad de condiciones a chicos y chicas.

Este deporte es prácticamente tan antiguo como el baloncesto, al que se asemeja bastante, o el voleibol. Pero al fulminante crecimiento de los primeros años o al de esas otras disciplinas similares no le siguieron éxitos relevantes. Actualmente, los mejores jugadores y jugadoras del planeta, a pesar de que se enfrentan periódicamente en su particular competición mundial, no tienen la condición de profesionales. Es decir no hay ninguna persona que pueda vivir de su práctica. No obstante, el korfbal se practica en casi 70 países de todo el planeta y cada cuatro años un total de 16 naciones se juegan, como en el balompié, el trofeo que les acredita como ganadores mundiales. Eso sí, Holanda acapara en exclusiva los nueve torneos universales celebrados hasta la actualidad.

No son pocos los medios internacionales que en los últimos años han recogido este auténtico paradigma de la igualdad plena en el deporte. En la cancha, de similares medidas a la del baloncesto, se enfrentan dos equipos de ocho participantes: la mitad son hombres y la otra mitad, mujeres. La misión, como en el deporte de la canasta, es la de conseguir que el balón atraviese el anillo o cesta (korf, en holandés) situado a tres metros de altura.

Una de las particularidades que en su origen planteó Broekhuysen era la de que los hombres se marcarían entre sí, lo mismo que las mujeres. De esta forma, tanto en ataque como en defensa, los contactos mixtos no están permitidos. La velocidad en las acciones puede recordarnos a variedades del balonmano, como el que se disputa sobre la arena de la playa, porque el dinamismo llega a ser vertiginoso. De hecho, cada dos goles se debe cambiar de manera forzosa de posición sobre la cancha.

Es especialmente llamativo este deporte en el apartado estratégico. No caben los regates o movimientos sobre el contrario, ya que no se puede avanzar hacia la canasta con la pelota. El pase es por lo tanto determinante.

Otro aspecto básico que figura en las reglas del juego y que puede servir para idear las acciones, si es que aún no hemos tenido la oportunidad de disfrutar como espectadores de un encuentro de esta especie de baloncesto mixto, es la de que se impone el equipo que consiga pasar más veces el balón a través de la cesta en los cuatro cuartos de 15 minutos que dura el encuentro.

No son pocos los estudiosos que consideran al korfbal como una evolución hacia la igualdad en el actual baloncesto. Pero también se vincula al ringboll sueco. Generalmente, en el también denominado balonkorf, las canastas son de plástico, después de que durante décadas fuesen de mimbre. Y suelen estar sujetas, como en el baloncesto, a un palo elevado hasta los ya reseñados tres metros de altura.

La gran pregunta que cabe hacerse sobre el korfbal es muy recurrente. ¿Por qué no ha evolucionado más rápidamente un deporte que consigue enfrentar, en igualdad de condiciones, a hombres y mujeres? La respuesta es contundente: por la misma brecha entre sexos que históricamente se ha mantenido en todas las restantes disciplinas. Cuando se ha planteado la posibilidad de que fuese algún día olímpico, por ejemplo, más de una vez se vio como desafío que en el reparto de medallas no pudiese ser «encasillado» en la lista reservada al medallero masculino o al femenino.

Pero no siempre fue tan utópico su éxito masivo. De hecho, cuando apenas habían transcurrido tres años desde su creación, en 1905 el nacimiento de entidades vinculadas a este deporte creció de manera exponencial. Aquella llama ni siquiera se avivaría más tarde, con motivo de la presentación internacional del korfbal en los Juegos Olímpicos de 1920, celebrados Amberes. Sí en aquella misma cita en la que la selección española de fútbol, bautizada como «La Furia», se colgaría una histórica plata.