Como ustedes sabrán, se está celebrando en Londres la World Travel Market, una de las más importantes ferias turísticas del mundo. Pues este año he decidido tener stand propio. Yo. Algún año he ido de mirando u observategui, pero en esta edición he optado por una mayor presencia. Así que me he expuesto.

De hecho, más que un producto, soy un stand. Pequeño, pero moderno. No de andar por casa. Tengo mis comodidades y mis folletos y azafatos y hasta un par de mesas altas para dar a probar productos típicos de mí, como las columnas, los juegos de palabras, las tostadas quemadas o la fabada de lata. También la impuntualidad, las vanas ensoñaciones o la debilidad por los poetas derrotados. Espero que este esfuerzo promocional sirva para atraerme turistas. Yo siempre he sido muy de turistas. Desde jovencito. De hecho, buena parte del refinamiento de mi producto interior bruto se lo debo al turismo; alguna turista se ha llevado de mí un buen souvenir cuando no a mí mismo como recuerdo.

Está pasando mucha gente por mí. Digo, por mi stand. O bueno, está pasando mucha gente por mí mismo, que soy un stand. No sé ni lo que soy, con tanto tráfago y tanto ramonear. Me gusta la palabra tráfago por ser una especie de mezcla entre tráfico y trabajo. Me gustaría exponer también palabras, para así atraer a un señor del Chelsea o a una chica de Picadilly o a un joven de Manchester por palabras que le sedujeran y conminaran a viajar y no por el sol que hace en mí o lo cómodo que es tumbarse sobre mi cuerpo, que dispone de sombrilla y crema solar y habitación de hotel con desayuno. De hecho, soy un paquete también. Que puede contratarse en mí mismo, o sea, en mi stand.

Dispongo de ofertas aunque no creo en el todo incluido. Soy más del todo inducido. Van pasando autoridades Me pisan la moqueta. Me hacen daño, dado que a algunas horas la tengo un poco tengo flácida, pero así son ellos que parece que sólo pueden andar por moqueta, como si el suelo de la calle y el contacto con la gente les diera alergia.

A mí lo que me da alergia son los destinos competidores, o sea, una chica que hay al lado a la que le ha dado también por montar stand y un señor de O Porriño, que por el solo hecho de subirse en sus rodillitas da una taza de ribeiro y una rodajita de pulpo. Así cualquiera. Todo el mundo lo visita. Todo el mundo piripi. Y vengan tazas. Otros destinos competidores están en guerra, como un matrimonio de Úbeda con el que me disputaba la llegada de polvorones. De pelearse no paran. Gresca y gresca. Los touroperadores ya han advertido de que nadie vaya a verlos. Corren rumores de que a la hora de la merienda suele haber tregua, dado que él es inclinado a echar siesta a esa hora, pero las autoridades no confirman este extremo. No confirman este extremo ni este centro ni nada de nada. Ahí viene un robusto inglés, se ha confundido y en vez de cogerme un folleto me ha cogido una oreja. A ver cómo le digo que se la tengo reservada de aquí a agosto a una chica de Bilbao.