No sé qué plan tendrán ustedes para hoy, pero yo ya tengo hecho el día desde hace semanas. Desde un desayuno, a medio camino entre el placer y los negocios, hasta una mañana de un lado para otro y una tarde dedicada a atender compromisos familiares varios. Podría no estar exagerando si les digo en qué momentos de la jornada voy a atender las necesidades fisiológicas más primarias de mi persona. Así está la cosa. Y es que los sábados de ahora no son como los de antes. No puedo recordar cuándo fue la última vez que me levanté más tarde de las once de la mañana en un día no laborable. Si en muchas conversaciones con viejos amigos les ha dado por ponerse en plan Presuntos Implicados y suspirar aquello de Cómo hemos cambiado, bien sabrán que la comparación de la vida de antes con la vida de ahora se hace más contundente, más brutal, más terrorífica, si aislan un sólo día de su vida de hace 15 o 20 años con la actual. Y si no lo han hecho nunca, utilícenme como conejillo de indias y viajen conmigo a los sábados de años atrás, cuando había más ganas, más sueño, menos responsabilidades, menos Twitter y mucha tontería.

Hace 20 años, un sábado cualquiera habría empezado siendo arrancado de la cama al filo del mediodía, convocado a participar en un zafarrancho de limpieza mancomunado en el hogar familiar ambientado con el repaso a la lista de Los 40 Principales o, se llegó a dar el caso alguna mañana, en que navegamos en un velero llamado Libertad capitaneado por Perales. Las tardes de los sábados de hace 15, e incluso 10 años, estaban marcadas en rojo ya fueran la época del año que fuese. Cuatro de la tarde, cuatro amigos, un balón y una pista okupada en los Salesianos. «¿Quieres jugar? Tienes que ganarnos». Ese era el plan hasta las ocho, nueve de la noche, momento en el cual se decidía el orden de recogida (¿Whatsapp? ¿Eso qué es?) camino del botellón y de una noche de sábado en la que buscaríamos, una vez más, fortuna y gloria en la plazoleta más concurrida de la ciudad hasta las primeras luces del domingo... Dediqué una noche de sábado de hace cinco años a limpiar a fondo los cuartos de baño de mi casa. Fue en Granada, pero es probable que también fuera en Málaga. La vida cambia a una velocidad que se hace vertiginosa si se encierra en sólo 24 horas. Pero, no todo es peor ahora que hace años. Sería injusto decir eso. Ahora por las mañanas sigo limpiando, pero suena Rock FM.