Sigue siendo un secreto porqué sobrevive y camina saludable el Ateneo de Málaga. Competir hoy con los museos de la ciudad y sus actividades paralelas, con las fundaciones privadas, municipales y provinciales, con las propias instituciones y sus políticas culturales -la cultura convertida en cuestión de estado- resulta prácticamente imposible porque la libertad se ha instalado en la sociedad democrática española, y el sello que imprime la cultura forma parte imprescindible ya de todas las opciones políticas.

Si algo distingue aún al Ateneo de los restantes agentes culturales de Málaga es su historia, y su trayectoria primera. Moreno Peralta dijo que el Ateneo era «la tradición», a lo que habría que añadir que en el sentido de «la tradición de la modernidad». El respeto que merece por ello, y que se le reconoce por unos y por otros, es haber sido el adelantado de la cultura en democracia -la cultura abierta, innovadora y europea- cuando nadie podía atreverse siquiera a desempeñarla en la Dictadura de Franco y en su erial oficial. Es ese pedigrí el que a veces le permite programar actividades excepcionales sin gasto porque su tribuna, hablar desde ella sigue siendo una manera de «estar» en la cultura, y hablar desde ella -en el caso de actividades que otras instituciones hacen allí- también es una manera de identificarse con ese espacio sociocultural.

El Ateneo cierra ahora una etapa de ocho años de gestión cultural en su sede de la Plaza de la Constitución, a la que ha dotado de una nueva Biblioteca con el fondo de la donación del médico oftalmólogo malagueño Antonio Alcalá López, uno de los muchos prestigiosos profesionales comprometidos con la República y castigados por ello, y que buscó un refugio personal inexpugnable en la lectura, los libros y la historia. Y ha celebrado el pasado año su cincuenta aniversario, nombrando presidente de honor -otro guiño a su pasado y a su vinculación con el mundo intelectual- al recientemente desaparecido Juan Antonio Lacomba. En estos ocho años ha buscado el Ateneo esa vinculación con la cultura del «compromiso» con el paso por su tribuna o sus salas de José Luis Sampedro, Mayor Zaragoza, Victoria Camps, José Cazorla, Iñaki Gabilondo, Fernando Arrabal, Ian Gibson, Rosa Montero, Anna Estany, Baltasar Garzón, Francisco Peinado, Andreu Missé, Antonio Soler, Juan Hurtado, Luis García Montero, Ángeles Caso, y un largo etcétera. Y ha estado atento a los acontecimientos más relevantes del país y de la sociedad para responder pronunciándose, en el sentido que da María Zambrano a la labor del intelectual como la de quien corre el riesgo - y casi siempre la soledad- de «dar su palabra», «nombrar las cosas por su nombre».

Coger las riendas del Ateneo no es más que cubrir una parte de la ya larga carrera de relevos que comenzó en 1966, y tratar de acelerar respecto a quien entrega el testigo. Cada tramo es distinto, y está abierto a nuevos retos. Este que termina ahora, y que ha presidido el profesor Diego Rodríguez, al que han acompañado más de sesenta personas de las directivas, ha tenido como sello distintivo la gestión colectiva y la participación, la suma de iniciativas de personas generosas y valiosas en sus campos, y que por esa misma valía han podido comprometer a otras -una verdadera red cultural- con una institución muy modesta en sus medios. Habría que comenzar en cualquier caso por pedir disculpas y agradecer infinitamente a quienes han ocupado su tribuna de forma desinteresada, porque la cultura, lo que ha levantado la imagen de la ciudad en estos años de democracia, se merecería un mejor trato, una justa remuneración para los profesionales que se dedican a ella.

De todo lo que haya podido dejar ahora el Ateneo en la vida cultural de la ciudad, lo más importante es sin duda una gestión democrática, un funcionamiento casi asambleario y al mismo tiempo eficaz, no personalista. Esa, la democracia, es la mejor garantía de éxito. Una reforma de sus estatutos -fruto del trabajo de la abogada María Isabel Roldán- ha incluído en ellos el límite de ocho años de gestión, que comparte con los estatutos de la Universidad de Málaga, la primera institución cultural de la provincia. Una medida que reclama la sociedad y que garantiza siempre la posibilidad del relevo, la frescura y la renovación.

Porque el Ateneo ha cumplido mejor y antes que cualquier otra institución en Málaga, la estrecha relación que debe existir entre la cultura y la política, en el sentido que le da Norberto Bobbio de «política de la cultura» frente a la «política del poder». Nació precisamente para incorporar la cultura a la sociedad malagueña, y ayudar así a la transición del franquismo a la democracia. Le dio a la sociedad, con sus actividades, instrumentos para pensar con libertad. Y quizá sea ese el territorio en el que deba seguir trabajando. Un territorio para el que sigue teniendo una posición privilegiada.

*Fernando Arcas Cubero es Profesor Titular de Historia Contemporánea de la UMA