Se nos fue Gregorio Sánchez. En el día marcado desde hace meses en el calendario. El del 11 del 11 de la Once o el del regreso de la selección española a La Rosaleda que lo tuvo como abonado malaguista durante un tiempo y que anteanoche le dedicó un merecidísimo minuto de silencio.

Parece mentira, pero ya no volveremos a coincidir con Chiquito de la Calzada de la Trinidad ni por nuestro (aún idílico) Parque de Huelin, ni por el barrio que lo vio nacer, al que acudía para reencontrarse con el mayor de los padres trinitarios, Jesús Cautivo, sólo con la frecuencia que le permitían sus 85 años y el vacío que le había dejado su Pepita del alma.

Pero a Gregorio lo tendremos presente de por vida. Porque los genios no mueren después de su periplo terrenal. En los años que otros dedicaron a una merecida jubilación él supo reinventarse por enésima vez para deconstruir y volver a inventar el humor patrio. Después de haberse labrado toda una vida como cantaor, el alumno aventajado de Mario Moreno «Cantinflas» supo dar forma a su propio lenguaje.

Desconocemos si a Gregorio le impactó la saga del escritor y filólogo británico J.R.R. Tolkien, que en el Señor de los Anillos consiguió darle forma a una completa lengua artificial, el élfico gris, dotada hasta de una gramática propia. Pero lo que este otro genio ni siquiera alcanzó a imaginar es que generaciones enteras se rindieran a expresiones tan disparatadas como las de Chiquito. Entre sus fieles admiradores incluso figuraban personalidades de la talla del actual Rey emérito, entregados a sus «Eres un fistro», «¿Se da usté cuen?», «Grijandemore», «A can de mor», «Diodenal», «Al atarquer» o «¡Cobarde pecador de la pradera!».

Era aficionado al fútbol y, como es lógico, había coincidido con numerosas estrellas del deporte a pie de escenario o en alguna de sus periódicas apariciones en televisión. Cada vez que le preguntaban sobre el secreto para mantenerse en forma y seguir a su edad con tanta energía siempre expresaba que la clave estaba en sus coreografías. A Olga Viza, por ejemplo, le reconocía en una entrevista: «¿Para qué voy a hacer deporte? ¿Me has visto a mí trabajando? Esos saltos, esos movimientos que hago, ¿para qué más deporte? Eso no lo hace nadie. Yo sé que lo que hago no lo hace nadie en España».

Hoy por hoy sabemos hasta cuántos kilómetros por partido recorre nuestro futbolista favorito en cada encuentro. Pero a estas alturas sería más complicado calcular la de calorías que quemaba Chiquito en cada espectáculo. Sus saltos, sus recorridos de una a otra esquina bajo el telón, esa forma de encontrar la sorpresa con cada gesto, seguro que daban para mucho más deporte del que imaginamos, como él mismo reconocía. A estas alturas, con media Málaga y Andalucía reivindicando reconocimientos a título póstumo, por qué no solicitar, «por la Gloria de mi madre», que su salto sea disciplina olímpica.