El llamado ´Internet de los cerebros´ consistiría en conectarlos en red lo mismo que los ordenadores. En cierto modo, ya lo están. Ahora, por ejemplo, son las seis de la mañana. Me he levantado de la cama, me he puesto una bata encima y me he sentado frente al ordenador para ver qué hay de nuevo. He abierto Twitter y se han manifestado en cascada un montón de pensamientos que la gente ha venido volcando desde que me acosté, a eso de las once y media de ayer. Tales pensamientos son exudados de otros tantos cerebros que acaban de penetrar en el mío. El alguna medida, pues, ya estamos los cerebros conectados, a través de un intermediario, sí, pero finalmente unidos. No niego, sin embargo, que la conexión directa entre la masa gris de la gente que sigo y la de la que me sigue supondrá un salto cualitativo. No necesitaré levantarme de la cama, en fin, para entrar en el cráneo de usted y usted no necesitara abrir el portátil para entrar en el mío. Habrá entre todas la cabezas conectadas un conjunto de pasillos por los que podremos circular para viajar desde nuestro encéfalo al de nuestros vecinos. Tal vez entonces confundamos sus necesidades con las nuestras. Significa que si al dueño del cerebro en el que usted acaba de entrar le apetece un café con leche, quizá a usted se le antoje también, aunque habitualmente desayune con té.

¿Podría llegar un momento en el que todos los cerebros de la humanidad fueran un solo cerebro del mismo modo que ahora todos los ordenadores son de alguna manera extensiones de un mismo ordenador? Podría, podría llegar ese instante, que resultaría muy liberador porque entonces sus preocupaciones de usted y las mías se confundirían hasta el punto de que yo acabaría dedicando parte de mi tiempo a la educación de sus hijos y usted a la escritura de mis novelas. Del mismo modo que ahora la gente, en algunos sitios, grita «¡Somos un solo pueblo!», la humanidad podría pregonar: «¡Somos un solo cerebro!». Millones de cuerpos y un solo cerebro. Eso, de momento, porque quién nos dice que con el tiempo no lográramos conectar también en red nuestros hígados, de manera que los de los que no bebieran filtraran parte del alcohol de los que bebieran demasiado. El futuro es un misterio.