Se acerca la época del año en que los boquerones de Málaga se convierten en polillas, unas polillas que revolotean ufanas en derredor de la iluminada calle Larios. Pero no esas pequeñas y grisáceas, sino unas polillas más variopintas y pizpiretas, de todas las edades, curiosas e ilusionadas, ávidas del espectáculo incandescente que ya se ha convertido en tradición familiar, en referente estacional, porque es encender el armazón de la céntrica calle y concitarse a la hora señalada enjambres de malagueños y foráneos para celebrar que la Navidad ya está aquí.

Siempre le he notado a la instalación un cierto aire catedralicio, como de bóveda románica, un decorado tan efímero en la retina del adulto como permanente en la memoria del niño, aunque no es menos cierto, hoy lo confieso, que la primera vez que avancé entre el gentío imaginé que al fondo encontraría un DJ, un pinchadiscos poniendo musicón electro latino entre barras atestadas de fiesteros entregados a la banalidad, y es que el lugar da para unos cuantos eventos. Ahora, más reposado, prefiero quedarme con las charangas que amenizan la travesía con villancicos y melodías de antaño, con los puestos de almendras y los escaparates disfrazados de felicidad. Cosas de la edad.

También es época de que aparezcan como setas los artículos sobre el encendido, y no puedo compartir que alguien critique el carácter mercantilista de una iluminación situada en la calle Larios, vía de tiendas por excelencia. Si hubieran colocado el tema en una calle cultural o de interés histórico podría entender el reproche, pero resulta que está dispuesta en lo que viene siendo un centro comercial abierto, una senda cuyos locales y bajos están pensados por y para el gasto. Ellos se lo pierden, porque a fuerza de triunfar durante años hemos encontrado otra tradición en auge, como la de visitar la exposición navideña de Viveros Guzmán en Alhaurín, comprar petardos y figuritas en los puestos del parque o escudriñar los distintos belenes que trufan la ciudad. En resumen, hay que ser sieso para denostar y ponerle pegas a algo que atrae ilusión, comercio, espíritu navideño y ambiente familiar; y se lo dice un granaino malafollá, de los que tienen denominación de origen.

Como ya habrán adivinado soy de los que están a favor, de los que esperan cada año para recorrer Larios ganándose por oposición una tortícolis de tanto mirar hacia arriba, sorteando palos selfie, driblando viejas emocionadas, regateando familias ensimismadas. Es lo que tiene, a otros les da por ver La Sexta. Yo lo llevo a gala, luego me pasa que en agosto me acerco a la sección de iluminación de Ikea y voy canturreando los peces en el rio. ¿Por qué? Porque ya lo tengo clavado en el sentido, impreso en el tuétano, es ver más de cinco luces encendidas y me arranco con un villancico. Otro día les contaré cuando me echaron de los toros por entonar el tamborilero.

Tengo entendido que este año volveremos a retar a Las Vegas y las miles de luces led titilarán al ritmo del Feliz Navidad de Boney M, un cielo tan iluminado y cambiante que hasta Marco Polo necesitaría una biodramina, así que a ver si batimos el record del pasado puente de diciembre y superamos el cuarto de millón de visitantes en sólo cuatro días, que se dice pronto. Modestamente son cifras equiparables al encendido del árbol del Rockefeller Center o a la caída de la bola en Times Square, pero aquello es de allí y no apto para todos los bolsillos. Esto es de aquí y siempre puede mojarse en la Antigua Casa de Guardia, que pilla a un tiro de serpentina. A ver quién supera este despiporre: miles de luces, Boney M y litros de moscatel.

Las luces de las que hablo representan motivos navideños, rosetones e iconos, christmas y estrellas. Estrellas que, almíbar mediante, invocan una cúpula cuajada de bombillas incendiadas, de luciérnagas excitadas, de almas que se fueron y nos cuidan desde el cielo curvo y malagueño. Este año se suma a ese universo artificial un astro fulgurante, la estrella de oriente, y a sus lomos, galopando eterno, un condemor de la pradera.

Camarero, otro vino dulce. Que la gracia se ha ido para siempre, y por eso Larios brillará como nunca. Te da cuén.