Hay ocasiones en que esta ciudad -primera en crecimiento del país como destino urbano nacional- no llora de la misma manera como otras urbes, puesto que hay sonrisas que esconden miles de lágrimas. La despedida del egregio Don Gregorio Esteban Sánchez «de la Calzada» así lo ha hecho patente. La primera vida de este artífice cómico -entrañable, cercano, autor de un habla único y genio irrepetible e inimitable- parece extraída de uno de los relatos de Ignacio Aldecoa.

Personaje simbólico de esa España de los años 50, donde eran claramente visibles los estigmas de la infausta guerra civil. Tiempos difíciles para los trabajadores y la clase media en una Málaga sobrellevada por el abandono oficial de la agricultura y la emigración interior, personificando una nación desarraigada, generadora de las crisis urbanas. Aldecoa comenta: «en mis cuentos hay muchos pobres pero España era así».

En este hombre bueno queda patente una actitud dinámica en un tiempo sin presunta esperanza y dejado por un mundo incierto. Chiquito no se resignó al sinsentido de una vida esforzada, a la dureza de su vivir. Así, supo encajar, en el tercer acto de su gala, los trastornos del éxito con la misma sencillez, basando su felicidad en no esperar nada de nadie, tan solo de su familia, disfrutando de hacer reír sin hacer daño al orbe.

En la marcha de Don Gregorio hemos observado como todo un país se ha conmovido de una forma u otra. Esto viene a transcribirnos que la claves del éxito no están fijadas en cómo comienzas la escalada sino cómo llegas a la cima. Con la figura de esta genial personalidad hemos aprendido que en el hecho de compartir está la culminación en este deambular temporal calificado existencia. Muchas gracias por vincular a Málaga, de nuevo, con la genialidad. Hasta siempre.