Este artículo se remonta a las 12.15 horas del pasado 31 de agosto, mientras esperaba ansioso y muy necesitado el cobro de la Renta de Garantía de Ingresos (RGI), la ayuda que me había concedido escasos meses atrás Lanbide, el Servicio Vasco de Empleo, ante la falta de ingresos como fotógrafo autónomo. Llevaba desde primeros de junio «disfrutando» de un turismo solitario y reflexivo por diferentes localidades malagueñas. A mis 41 años, lejos de mi Bilbao natal, estaba huyendo de mí mismo. Quería resetear mi vida, empezar de cero y dejar atrás problemas económicos, personales y profesionales.

Sentado en aquel banco de calle Larios, frente a un cajero del BBVA, se me pasó por la cabeza algo premonitorio que se iba a confirmar a continuación: el ingreso no se hizo efectivo, me habían cortado la ayuda por no comunicar mi desplazamiento a otra comunidad autónoma. Debido a mis múltiples irresponsabilidades, ni disponía de ahorros ni podía contar con la ayuda de nadie. Solo contaba con lo puesto y conmigo mismo, escasa compañía para comenzar una nueva vida. Esto sí que iba a ser empezar de cero, pensé.

Pasé la noche tumbado allí mismo invadido por una angustia tan enorme que produjo un efecto sedante. Muy temprano desperté y casi desesperado pedí auxilio a un par de agentes de la Policía Local, quienes me aconsejaron acudir al albergue municipal donde conocí los servicios que me ofrecía la Puerta Única del Ayuntamiento de Málaga para personas sin hogar. Me costó varios días asimilar la realidad que estaba viviendo, no paraba de atormentarme pensando en cometer un trágico disparate hasta que un compañero me habló por primera vez de la Asociación Arrabal-AID.

Acudí a una cita en dicha entidad social y con su apoyo, de alguna manera, he comenzado una nueva etapa de mi vida. Respaldado por todo su equipo, especialmente por mi orientador laboral Julio García, me sentí tan arropado que casi de inmediato comencé a gozar de un optimismo e ilusión sin precedentes, confiando de verdad en mí mismo y en mis posibilidades, aunque reconozco que había momentos no exentos de altibajos. Sumando a esto un esfuerzo continuado, nuestra labor comenzó a dar fruto. En poco más de tres semanas me llamaron para trabajar en un restaurante. La cosa no salió bien, pero continuamos en la pelea y a día de hoy, dos meses después de conocer la labor de la Asociación Arrabal, me encuentro asistiendo a un curso de atención al cliente con prácticas programadas en una empresa con posibilidad de ser contratado posteriormente.

Puedo decir que soy consciente del largo camino que queda para hacer realidad el giro vital de ciento ochenta grados que me ha llevado a ser protagonista de esta aventura tan intensa. Mi deseo es conseguir ser un claro ejemplo de «querer es poder», mucho más aún si te dejas acompañar por personas y entidades que solo quieren lo mejor para ti.