Mi mujer y yo, recién casados, nos convertimos a partir del mes de abril de 1964 en unos entusiasmados y agradecidos vecinos de Marbella. Hasta el día de hoy. Pero nada de lo que nos encontramos entonces nos sorprendió. Llevábamos bastante tiempo estudiando aquel lugar que nunca dejaría de sorprendernos ni encantarnos. Entre las muchas gratas sorpresas que nos reservaba aquella ciudad portentosa, que no se daba prisa en dejar de ser pueblo, estaba la céntrica y excelente librería del lugar, la Librería Mata. Fundada en 1937. Hace hoy 80 años. Sus fondos eran perfectos y tenían la capacidad de conseguir rápidamente cualquier libro que el lector más exigente pudiera necesitar. Llevaba el establecimiento el nombre de su propietario, un marbellí de pura cepa, don Andrés Mata.

Era don Andrés un gran personaje. Cultísimo, incansable en el arte de recomendar y conseguir un buen libro, siendo siempre éstos objetos sagrados, tanto para él como para doña Rafaela Lara, su esposa, y sus todavía muy jóvenes hijos: Ana María y José Andrés. Me llamaba siempre la atención la pulcra presencia de don Andrés en su librería. La velocidad con la que trabajaba, sus conocimientos enciclopédicos sobre el mundo de los libros y su aspecto de gentleman español de aquellos años. Trajes impecables y discretos, e incluso en pleno y tórrido verano, corbata y tirantes. Recuerdo que éstos últimos eran prendas casi desconocidas en la España de entonces. Por todo eso, nunca fue una casualidad que grandes personajes de la política española de aquella época y los miembros del Gotha y del Anuario del Gran Mundo que recalaban por aquella Marbella, ya legendaria, incluían en su estancia una respetuosa visita a la Librería Mata.

Me contaba mi buen amigo de toda la vida, el ilustre jurista y gran novelista madrileño don Arturo Reque, su yerno, cómo conoció a su esposa, doña Ana María Mata. Pasaba a diario por la librería para comprar su diario favorito, el España de Tánger. Un día le invitó doña Rafaela a que probara la sopa del almuerzo familiar. La cocina estaba en el piso de arriba. Se convirtió don Arturo en un amigo y en un respetuoso admirador de esa familia extraordinaria. No podía ser de otra forma: la joven Ana María Mata aceptó un día su petición de matrimonio. Con el tiempo se convirtió ella en una gran escritora. Es una brillante ensayista e historiadora, con obras muy bien trabajadas, muy amenas, imprescindibles para aquellos que desean conocer mejor la historia de ese lugar portentoso, Marbella.

Don Andrés murió cuando tenía 64 años. Demasiado joven. Su familia se hizo cargo del negocio, delegando en el hijo, José Andrés, la difícil tarea de gestionar acertadamente aquella nada fácil herencia. José Andrés tuvo una inesperada y providencial ayuda. La de una joven empleada de la librería, Leonor Tomé. Se casaron y para la mayor gloria de gloria de Marbella siguen trabajando juntos.

Hoy todos hablan en Marbella de que probablemente esta librería mítica cierre sus puertas. Es legítima decisión de sus propietarios. Decisión que todos respetamos con el inmenso afecto y la eterna gratitud que esta admirable familia se merece.