Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? ¿Por qué llaman rehabilitación a lo que es un edificio de nueva planta con conservación de fachada? ¿Por qué lo llaman noria cuando quieren decir zona de bares? ¿Por qué lo llaman complejo cultural cuando quieren decir centro comercial? ¿Por qué lo llaman puerto cuando quieren decir suelo urbanizable? ¿Por qué lo llaman progreso cuando quieren decir lucro?

A excepción de la primera de las preguntas, que corresponde al título de una película de Manuel Gómez Pereira, en las restantes el lector podrá reconocer -sin mucho esfuerzo- algunas de las polémicas más recientes del urbanismo malagueño. En todos los casos aludidos, el lenguaje oficial se pervierte para que los receptores del mensaje (los ciudadanos) acepten de buen grado una situación en apariencia beneficiosa pero que en realidad perjudica sus intereses.

Este concepto fue denominado «neolengua» por George Orwell en la novela 1984, y su propósito es narcotizar a una población a la que se supone acrítica, dirigiendo la opinión pública en una determinada dirección; así, disfrazando el verdadero significado de las cosas, se facilita la consecución de unos ciertos objetivos que no se corresponden con el bien común.

De la misma manera, quien pretenda señalar que el emperador está desnudo será calificado de disidente, de traidor. En el caso malacitano: de opuesto al progreso, de aguafiestas. El procedimiento es burdo pero eficaz, logrando que toda posibilidad de debate serio acerca de cuestiones relevantes quede invalidada, al reducir los argumentos complejos a la caricatura.

Y si no te gusta lo que ves, siempre puedes mirar para otro lado. ¿Les suena?