Baja levemente la tensión en Cataluña, y de inmediato se recrudece un caso de corrupción con M. Rajoy de coprotagonista, por si alguien desea saber la utilidad de una independencia bien administrada. Mientras llega el momento en que habrá que defender al presidente del Gobierno de la ultraderecha, y con Pedro Sánchez noqueado para disfrazarse de Susana Díaz, conviene puntualizar al alza la participación del PSOE en la feliz etapa en que los políticos españoles se desean mutuamente la cárcel.

La versión oficial trastea con un voto a regañadientes de los socialistas en apoyo del artículo 155. A continuación, el fiscal general reprobado habría actuado como defensor de los hunos contra los otros, con una violencia de la que se desmarcará progresivamente el PP, como si a Maza lo hubiera nombrado Pablo Iglesias. La realidad es más sutil que esta inhibición del PSOE desde la barrera. La izquierda oficial no solo revalidó los excesos carcelarios de los populares. Pedro Sánchez en primera persona ha enviado a la cárcel a Junqueras y allegados, además de prometer largos años de cárcel al resto de la comparsa.

La fijación con el voto socialista al 155 ha desviado el foco del texto con visos de sentencia condenatoria acordado en el Senado. Los cuatro jueces de la Audiencia Nacional, que con notable entusiasmo mantienen en prisión a Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, se amparan en las conclusiones de la Cámara Alta. Y cuando el Supremo a través del magistrado Llarena le promete a Carme Forcadell las penas del infierno en cuanto sea juzgada por sedición y rebelión, vuelve a centrarse en la calificación senatorial de los hechos. Siempre con la coautoría que no mera complicidad del PSOE. La única diferencia entre los partidos que jalean la cárcel para sus colegas consiste en que el PP no ha pagado ningún precio por su ferocidad. En cambio, los socialistas se han desangrado en el feudo catalán donde asentaban sus triunfos en Madrid, gracias a los votantes de CiU que en las generales migraban al PSOE.