El metro de Málaga ha multado a más de 2.000 viajeros por no llevar billete. Es decir, por colarse. Por querer viajar por la patilla, por la cara o por la jeta. El dato es llamativo y abultado y conduce con prontitud a que el columnero dé como conclusión que el metro de Málaga es un coladero y que sus paisanos andan de cemento armado en el rostro bien servidos.

Sin embargo, como los viajeros se cuentan por millones, el promedio sale a que sólo el cero coma no sé qué resulta ser infractor o no pagador. Despreciable porcentaje. A ver si nos estamos civilizando, caramba. Eso, sin contar con que tal vez esos dos mil sean en realidad dos que se han colado mil veces cada uno. A mí sin embargo, me gustaría que fuese uno solo. Un tipo o tipa que se haya pasado por el torno la obligación de pagar y se haya colado 2.000 veces. 2.000 viajes del Carpena al Vialia o del Torcal a la Universidad, pongamos por caso. 2.000 viajes a una obligación o 2.000 viajes de placer. Del placer que da colarse. El tipo o tipo tendría una entrevista, sin duda. O una biografía.

El que suscribe no se cuela en el metro desde que una vez un eslovaco bigotón, cuando aquello era todavía Checoslovaquia, nos pilló in fraganti y sin la posibilidad, por lo que pesaba la mochila, de salir corriendo. «En Viena hay revisores vestidos de paisanos en los tranvías», gritaba después de tamaña experiencia bigotil-reprendedora el más paranoico (lo cual no significa que no lo persiguieran) de nuestro grupo unos días más tarde, en Austria, donde el placer no estaba tanto en no pagar en el transporte público como en robar periódicos que estaban dentros de bolsas, colgadas en las farolas, con un pequeño hueco para dejar las monedas que valía el ejemplar. El vandalismo y la mala educación que exhibíamos entonces era doblemente malvado: no pagábamos por el diario pero es que además no íbamos a entender nada de los textos, dado que como todo el mundo sabe, la gente de Málaga no dominamos muy bien el alemán que se habla en Austria, que resulta a nuestros oídos algo áspero en comparación con otros teutones acentos. Yo siempre he sido muy de hablar mal alemán. Y he conseguido además cierto virtuosismo en hablar también mal inglés y mal francés, así que me he puesto con el chino, el idioma, a ver si puedo también no entender una palabra de lo que digo y que, además, no me entienda ni Dios. Ni Confucio.

No sé si en Pekín hay metro. Si Chiquito viviera a lo mejor hacía ese chiste de que en realidad en el metro de Pekín paga siempre el mismo tío. O creen que han dado con el que se cuela siempre y resulta que son doscientos diferentes pero que se parecen mucho. Se va muy a gusto en el metro, se adelanta una barbaridad. Es rápido y cómodo. Viajar es un placer sensual. Lo malo es que cuesta dinero. Algunos no lo entienden así. Al menos hasta que se hacen mayores, vuelven de esos mundos de Dios y dejan la mochila en el suelo.