A diferencia de las autovías, tan difícil de mover del sitio, los pasillos aéreos cambian de trazado, en función del tráfico, mapa de isobaras y demás. El caso es que esa mañana las estelas hacían del cielo una hoja azul de papel listado en blanco (de Este a Oeste), pues, antes de asomar el sol la cabeza, su luz entraba bajo la hoja en cuestión y las hacía refulgir. Viendo así el asunto o sea, sin pensar en los pasillos aéreos, cualquiera diría que algo pasaba, y que, dada la dificultad que sufre el estado de cosas para expresarse (al no tener voz ni manos) lo estaría haciendo de ese modo. Más difícil era adivinar qué carajo podían estar diciendo el cielo y su corte de barras luminosas. Al bajar a la ciudad por la larga avenida, las listas refulgentes volaban sobre ésta, y por un efecto-perspectiva se expandían, como esos rayos de luz radiante que le pintan a Dios en la cabeza. ¡Dios!