Dice un refrán inglés que son felices los pueblos que no conocen el nombre de sus jueces y yo tiendo a estar de acuerdo aunque sea algo que no nos ocurre en España donde, por tener, tenemos hasta ´jueces estrella´ que evitan las entradas discretas por los garajes para poder ser filmados con cara solemne, conscientes de su importancia, por jaurías de periodistas que les esperan a la salida o entrada de los juzgados. Más valdría que se hicieran menos fotos y que resolvieran los casos que les corresponden con mayor rapidez, pues el retraso en la administración de Justicia es otra forma de denegarla. A mí me gustaría que los jueces hicieran su trabajo con independencia, con rapidez, con eficacia, y con discreción y eso debe ser muy complicado porque sigue aún lejos de ocurrir. Pero también hay que reconocer su valor y las dificultades materiales (falta de medios) y políticas con las que se enfrentan cuando los políticos abandonan sus responsabilidades por el simple recurso de judicializar los problemas que les corresponde resolver.

El mundo judicial está muy presente en los medios de comunicación españoles, pues no hay día en que no recojan juicios a corruptos en gran escala (Gürtel, clan Pujol, Púnica...), o a políticos que violan todas las leyes que se interponen en su loco deambular hacia una inexistente Arcadia feliz. De asesinos ni hablo. Y ahora le ha tocado el turno a un grupo de jóvenes sevillanos que se autodenominan (acertadamente) ´la Manada´ porque recuerdan a los lobos cuando abusan de su fuerza para violar todos juntos, porque solos no se atreven, a una chica de dieciocho años que según ellos no se opuso al trato recibido. Es un caso que ha conmocionado a la opinión pública hasta el punto de dejar en segundo plano la tragicomedia catalana.

El abogado de la acusación ha dicho al respecto cosas tan surrealistas como que los acusados «han afirmado que ellos ya intuyen cuándo una mujer quiere o no». Y un abogado de los defendidos añadió sin despeinarse un pelo que hay otras maneras de autorizar, al margen de la «falta de consentimiento de palabra». Dos perlas, a cuál mejor, sobre todo cuando luego se afirma que los acusados no han sabido responder a las preguntas del fiscal sobre cómo mostró la víctima ese pretendido consentimiento. Tampoco el vídeo que tomaron de su hazaña y que distribuyeron con orgullo por las redes respalda que la chica aceptara lo que le estaban haciendo. Y ese es el meollo de la cuestión.

Hay que ser muy canalla para decir cosas así, sin que sirva de excusa el desmadre que reina en Pamplona durante los Sanfermines. Una violación no lo es menos cuando se le hace a una prostituta, pues lo que cuenta es el consentimiento y no la conducta moral de la víctima anterior o posterior a los hechos. Por esa regla de tres se podría justificar pegarle un tiro a un asesino y eso no ocurre. Por eso no me vale que se haya intentado poner el foco sobre la conducta de la víctima con posterioridad a los hechos, porque no es eso lo que se juzga y porque, sea este comportamiento cual fuere, parece un recambio a otras excusas igualmente inaceptables como echar la culpa a la mujer por provocar con su comportamiento o con su forma de vestir. Repito, no es eso lo que se juzga sino lo que parece ser incalificable comportamiento de unos bestias que han abusado a la fuerza, cinco a uno, de una joven que no quería pero que no era capaz de hacerles frente.

Son cosas que desgraciadamente siguen ocurriendo en todas partes y contra las que luchar es obligación de todos. Hace unos años hubo en la India un caso que provocó una enorme conmoción popular cuando doce individuos violaron como castigo a una joven cuyo ´pecado´ había sido enamorarse de un hombre de otra tribu, en una variante de los crímenes ´de honor´ de otras épocas. Y en otro caso famoso, otra chica fue violada en 2012 en Delhi por varios hombres en un autobús que no se detuvo pese a sus gritos. Pero no hay que irse tan lejos porque en España hubo dos ´violaciones grupales´ en Canarias y en Sevilla el año pasado, y en Milán acaban de condenar a nueve años de cárcel al futbolista Robinho por el mismo delito.

Estamos ante un mal generalizado, aunque eso no sea consuelo. Esta misma semana un tribunal sudafricano ha aumentado de seis a 15 años la condena de cárcel para Oscar Pistorius, el atleta con dos piernas amputadas que asesinó a su novia en 2013. Solo en España han muerto este año 44 mujeres por violencia de género, se denuncian tres violaciones diarias, hay 3.265 detenidos en las cárceles por delitos contra la libertad sexual... y son muchas las agresiones que no se denuncian. Las que tienen lugar en el trabajo están también muy extendidas, como muestran las acusaciones de muchas actrices contra el productor Harvey Weinstein, al que han seguido otras contra actores tan conocidos como Kevin Spacey en la línea antes marcada por Roman Polanski o Bill Cosby. Julian Assange está acusado de violación en Suecia y la caja de Pandora parece haberse abierto también en el Congreso norteamericano, donde comienzan las denuncias. Pero, repito, eso no es consuelo ni excusa.

En mi opinión la clave última de este problema, y dónde más habría que insistir, está en la educación desde edades tempranas sobre algo tan sencillo como el respeto y la igualdad de género, y eso es algo que desafortunadamente no se hace bien en nuestro país, donde los expertos observan un repunte de actitudes machistas que no son sino otra vergonzosa manifestación de la desigualdad de trato que todavía sufre la mitad de nuestra población, también en los planos salarial y laboral, y que comportamientos como los de este grupo de violadores contribuye a prolongar en el tiempo. Por eso espero que si los miembros (y nunca mejor dicho) de ´La Manada´ son declarados culpables pasen una buena temporada en una cárcel de hombres donde no puedan volver a molestar a ninguna mujer. Y que aprovechen ese tiempo para reeducarse, porque lo necesitan.

*Jorge Dezcállar es diplomático