El pasado domingo intenté ir al mercado central a comprar. Era media mañana. Me resultó imposible. Los parkings cercanos estaban llenos, y con colas a su entrada, a pesar de que en la aplicación para el móvil se mostraban plazas libres tanto en Tejón y Rodríguez como en Camas. Decidí marcharme con paciencia Carretería arriba. La plaza de la Merced estaba cortada. Había una manifestación que desviaba el tráfico de nuevo hacia el Centro. Me encontré, por tanto, en una encrucijada: o volvía al lugar del que huía o me iba a El Ejido; subí hasta el Ejido y me marché por donde había venido rumbo a la zona Este. Y eso que aún no estamos en Navidad, ni la peatonalización de la Alameda es un hecho. Tenemos que cambiar el chip. Al Centro no se va a poder ir a «hacer un mandao». Bajar a Málaga no podrá ser una tareas de cinco minutos. Tendremos que acostumbrarnos a ir hasta algún lugar más o menos lejano, dejar el coche e ir andando hasta calle Larios o en algunos casos incluso coger un autobús.

No obstante, no veo a Málaga preparada para eso, me refiero a las infraestructuras. No, a los malagueños tampoco. El Centro Histórico de Málaga se está convirtiendo en el gran parque temático comercial del centro histérico. En temporada alta como Navidad, verano, Semana Santa, semana del festival de cine, etc. se quedará para los de fuera, y en esas otras semanas -sin contar con las salidas procesionales extraordinarias, desfiles, conciertos y demás inventos- para el resto de los malagueños. Esos que solo queremos comprobar que el empedrado de calle Fresca sigue ahí, o que en Mapas y Compañía se pueden seguir comprando libros tras tomarnos un café en el Diamante en Pozos Dulces. O quién sabe si sólo queremos comprarnos unas alpargatas de espiga en Calzados Hinojosa para irnos a alguna playa de Cádiz que esté sin gente. Sin histerismos.