Primero quería irse de España. Ahora quiere marcharse de Europa. Pronto, Puigdemont denunciará que el mundo le roba y se proclamará legítimo presidente de la luna. Tal vez de marte. El expresident está fuera de órbita. Ahora se alinea con los eurófobos. De patriotero a apátrida. De dibujar fronteras va a pasar a querer borrarlas. No es de ningún sitio porque en ningún sitio se le va a acabar haciendo caso.

Los sondeos, como el de este fin de semana de El País, pronostican que su partido puede ser el tercero, no el primero ni siquiera el segundo. Podría gobernar una conjunción de izquierdas (ERC, PSC y los Comunes) o un bloque constitucionalista. La antigua Convergencia quedaría entonces en la oposición cazando moscas o pagando en las cárceles y los domicilios las cuentas aún pendientes con la justicia por haber sido, en dura pugna con el PP, el partido con más golfos corruptos y trincones del viejo continente por el que ahora Puigdemont vaga negándole entidad política. Los catalanes deberían votar la permanencia en la UE, afirma en el colmo de los dislates. Puigdemont está a un cuarto de hora de ser patético y cuando termine usted de leer este artículo ya habrán pasado tres minutos más. O sea.

A Puigdemont hay que escribirle una biografía, que un alcalde nacionalista de pueblín le ponga una calle y que pase a la historia, deje de hacer ruido y pida la nacionalidad belga para después organizar un referéndum a los flamencos. No se pierdan el vídeo de Los Morancos sobre él, por cierto. Es coherente: después de cargarse el prestigio de las instituciones catalanas, -bueno, en esto no ha estado solo-, se ha cargado su vida, llena de incertidumbres ya para siempre. Si es que no de cárcel. Europa mira atónita. Un fantasma recorre Europa. Puigdemont está haciendo el Erasmus a la inversa. El nacionalismo se cura viajando, pero él no se mueve de Bélgica. Ha rechazado el sueldaco porno al que tenía derecho por expresident, lo cual lo invalida como caradura y lo deja con seguridad en la indigencia futura. En efecto, veremos quién se aviene a mantenerlo en unos años. En ese futuro en el que tal vez el verbo avenir ni se empleará. Ese futuro que pintaban indepe y va a ser prosaico. Futuro lunático. Le falta un porro para declararle la guerra a Estados Unidos, decía ayer un tuitero. Es capaz de estar encendiéndolo.