Hay días en los que basta un nanosegundo para percibir el desorden. Ayer, sin ir más lejos. Salté de la cama apresurado, adormilado, y a oscuras traté de calzarme las zapatillas, pero mis pies no cabían. Las pérfidas zapatillas habían intercambiado sus posiciones con nocturnidad alevosa y mi pie derecho no cabía en la zapatilla izquierda. A mi pie izquierdo le ocurrió lo propio con la zapatilla derecha. Descalzo, de puntillas, con una zapatilla en cada mano, a tientaparedes llegué al cuarto de baño. Pulsé el interruptor de la luz y no ocurrió nada. El interruptor de la luz se mostró insensible conmigo. A propósito, ¿por qué lo llamaremos interruptor de la luz si cuando lo pulsamos por primera vez no queremos interrumpir la luz, sino que la luz se haga? ¿Se tratará de que lo usamos para que la que oscuridad comparezca? No, no creo, porque entonces lo llamaríamos interruptor de la oscuridad.

-Buenos días, señorita, mire, llamo para informarles de que no tengo luz en casa.

-¿Señor, me está informando usted de que la luz de su casa se ha ido...?

-No, mire usted, mi luz y yo nos llevamos excelentemente bien, de toda la vida. Le aseguro que ella nunca se habría marchado así como así, sin avisar ni despedirse de mí... Mi luz ha sido raptada. Y si usted no tiene nada que ver con ello, pregúntele a sus compañeros, porque me da que el rapto es cosa de alguno de ustedes. Ande, ande, pregunte...

Tal que así fue mi amanecer oscuro ayer. Como deducirá, paciente lector, mis abluciones y el resto de mi liturgia matinal hube de llevarlas a cabo por el método Braille. Orinar no, orinar lo ejecuté de oído, como los músicos no académicos. Mi primera micción, ayer fue emocionante. Mi puntería, excelente.

Después, a lo largo del día, aunque todo parecía ajustarse a la normalidad cotidiana, nada era igual. Ayer mi atafago fue el de cada día, y como cada día no faltaron a su cita ni los zamacucos con sus simplezas, ni los zorroclocos con sus embelecos, ni los dicharacheros con sus dosis diarias de regolaje, pero, a pesar de todo, nada era igual... En su conjunto, el día fue desordenado y revuelto, como desarreglado. La misma cantidad de todo, pero nada en su sitio... Pasé lista y mis sueños, mis esperanzas, mis emociones, mis suspiros, mis pasiones, mis promesas, mis ideas... estaban allí, como cada día, pero no en su sitio, sino haciendo ejercicios equilibristas sobre la borda de un totum revolutum sin rumbo. Hubo un momento en que el escenario me recordó a Valle-Inclán y a su preciosismo con el florete del esperpento. ¡Ay, don Ramón María, que el desorden de ayer lo dejó en matillas, como un simple aprendiz de lo esperpéntico! Jodido desorden...

Hablando de desorden, ¿qué estará pasando en el cuatrilingüe cerebro del otrora Molt Honorable Senyor Puigdemont en estos momentos? ¿Tacticismo? ¿Vesania? ¿Narcisismo? ¿Sostenella y no enmendalla? ¿Simple torpeza, quizá?

Su mágica estructura convierte a la torpeza en una de las habilidades tóxicas más polivalentes del ser humano. Su corto periodo de fecundación, su portentosa facilidad de transmisión genética, educacional y por las neuronas espejo, y su infinita capacidad de retroalimentación de sí misma, permiten su propagación pandémica por el orbe sin distinción de raza, nacionalidad, idioma, creencias, complexión, ni situación socioeconómica. La torpeza es una de las pocas habilidades tóxicas con capacidad para pervivir y crecer con naturalidad desde la humilde cuna sin techo hasta la cuna con dosel de la nobleza más regia.

No es una mente cualquiera la que ordenadamente, con desprecio al desorden, postula un referéndum para repudiar a Europa, esa cualquiera a la que Zeus, disfrazado de toro, sedujo sin que ella se defendiera hasta la muerte, ni dijera ni sí, ni no, ni todo lo contrario, a la que poseyó, sabe Dios si iniciándola en la zoofilia torera. Una mente que pasado el trámite de repudiar a Europa es previsible que navegue hasta el piélago, más allá de Bruselas, y postule otro referéndum para repudiar al Planeta Tierra, por innoble e insolidario, y, finalmente, otro referéndum, para repudiar a la Vía Láctea, por su mala leche, no, no puede ser una mente cualquiera...

-Apartad, apartad, incompetentes... Dejad pasar a don Carles -grita el camarlenc.

Pa ver cosas, estar vivo, tú..., que dicen los lojeños.