Este concepto tan fluido que no debería serlo está sometido al ataque concertado de todos: unos porque lo rechazan (los soberanistas catalanes, por ejemplo, esos de la república simbólica), otros por ser de izquierdas (y parecerles fascista), otros por ser vascos, otros por ser intelectuales, y otros por ser de derechas (y pretender patrimonializar el término para hacer que represente una esencia patria que tiene poco que ver con la mesura). Por supuesto que la mala fama (y el nuevo nombre, ´Estado español´) le viene como herencia de la dictadura. Todo era España aquí, España allá. El caudillo lo encarnaba todo, hasta el NoDo y bajo palio. Pero para bien y para mal, ´España´ era el único término que conocíamos y utilizábamos. No era grave, era nuestro país; lo malo era Franco. Miren que he denostado al viejo sátrapa; pues aún hoy, convencido de que la dictadura fue un desastre para nosotros, sigo llamando España a este país. Es lo que es y así aparece en los atlas. ¿Me gustaría que fuera otra cosa? No. Me gustaría que su unívoco nombre se limitara a representar a un país democrático y libre sin más connotaciones peyorativas o ameliorativas (si se me permite la licencia). Ese es el problema. Que el nombre siempre va seguido de un calificativo: la España eterna, la España cruel, la España esto o lo otro. Al parecer tiene que ser definida con un apéndice para indicar según la preferencia de cada cual lo que en verdad representa de manera excluyente. Pues vaya. Luego, el enfrentamiento se hace visible a través de la bandera: hay que rechazarla o hay que envolverse en ella hasta la sangre o agitarla en los partidos de fútbol. Vaya bobada. Envidio a los americanos de Estados Unidos, republicanos o demócratas, blancos o negros o asiáticos, que nunca tengan inconveniente en izar su bandera, aunque sea en un bar de carretera. Ya sé, ya sé: durante la guerra de Vietnam se quemaron banderas pero como protesta global antisistema. Todo esto representa un problema mucho más profundo. La cuestión de la identidad. ¿Qué somos los españoles, qué creemos que es España? Hace pocos días, en una mesa redonda celebrada en Madrid, el ex primer ministro de Francia, Manuel Valls, planteó precisamente estas preguntas. Y llegó a la conclusión de que los españoles nos vemos mal, padecemos un injustificado complejo de inferioridad. No hay razones para ello. Somos un país normalito, con problemas como todos y con frecuentes momentos por los que sentirnos orgullosos. ¿Dónde queda si no la explosión de orgullo que fueron las olimpiadas de Barcelona, la feria de Sevilla, el sistema de trasplantes, el AVE, las estrellas Michelin, los investigadores en Estados Unidos, las becas Erasmus, Sara Baras, la literatura y el Guggenheim? ¿Es preciso sentirse acomplejados con este bagaje de inventiva y libertad? Valls decía que nos teníamos que sentar a hacer un examen de conciencia para reafirmarnos. Es verdad que hemos padecido años de mediocridad política, de regionalismos, de corrupción invasiva. Aun así somos un país razonable por mucho que nos asomemos a Europa sin saber idiomas y convencidos de que valemos menos que el vecino. Tenemos un lastre que no acabamos de quitarnos de encima: es, en efecto, la herencia de años de grisalla con el franquismo. Pero no es peor que el lastre del nazismo, del fascismo o del comunismo, que los habitantes de esas tres áreas se han sacudido de encima como un mal gripazo. Mucho del franquismo sociológico está todavía presente entre nosotros. Son hábitos, nostalgias, tics autoritarios que deberíamos habernos quitado de encima de un plumazo. En su presencia, es difícil explicar a las gentes de la nueva generación que presos políticos, los de entonces, tiranía, la de entonces. No hay nada de eso ahora. Nada. Lo que ocurre es que no hemos roto con el pasado con la decisión con que lo han hecho los alemanes, por ejemplo. Hitler fue inmediatamente condenado como criminal y el sustento de sus miserables ideas, castigado con la cárcel. Los alemanes pudieron encararse con su futuro sin remordimientos. Vuelven allí las ultraderechas, claro, pero el que se sale del guión, lo paga. Sabemos que nuestra transición fue muy complicada. Habría sido más sencilla si el franquismo, en vez de inspirar miedo, hubiese sido desterrado de golpe. Miedo ya, pospuesto para el 23F. Y miren lo que pasó: mayoría absoluta del socialismo (de los rojos) y aquí paz y después gloria. A esta España no la reconoce ni la madre que la parió, dijo Guerra. Pues eso: es infinitamente mejor que la de entonces. No fastidien.