Antes, en el Norte, se llamaban nortadas a las entradas de frentes desde arriba, llegados del Polo en vertical. Ahora hay menos y de menor violencia, pero cuando llegan lo invade todo una sensación de salud. En la carretera, amaneciendo en medio de la nortada, con las nubes bajas y desflecadas por el aire, el aguanieve azotando, las montañas que enmarcan el valle blanqueándose por momentos y la luz intentando hacerse un hueco en esa confusión para poner algo de sentido, cruza sobre el parabrisas, a poca altura, una bandada de gansos en excelente formación, en busca de refugio tierra adentro, y esa presencia repentina funciona en la mente como una epifanía, el mensaje de que a pesar de tanto desbarajuste climático el orden sigue ahí, como una matriz lógica o una fórmula de cálculo inexorable, y sólo espera el momento de imponerse de nuevo a los desmanes de una especie enloquecida.