No estamos en contra de la existencia del pueblo elegido por principio, pero duele que siempre sea otro. El vasco, en la última revisión del cupo. Estamos acostumbrados a empobrecernos para ayudar a los más ricos, pero preferimos que tengan el detalle de vivir en Mallorca. No se me ocurre un político más atrabiliario que Albert Rivera, pero aplaudo su imagen afortunada de Euskadi ganando el cuponazo cada año. Disiento de Ciudadanos en cuanto persigue idéntico tratamiento fiscal para las 17 comunidades. Se trata más bien de que el cupo nos toque alguna vez a nosotros, aunque sea por sorteo. Montoro se escuda en que el cupo vasco «garantiza la estabilidad política». Es decir, que no tiene que ver con los números sino con los miedos. En un repaso apresurado de la historia reciente, el protagonismo político de Euskadi se resume en ETA, plan Ibarretxe y predominio nacionalista. Por tanto, si una comunidad aspira a llevarse el cuponazo, el ministro de Hacienda le recomienda que se haga fuerte en alguna de las parcelas citadas, porque la traducción de sus argumentos económicos es que «solo faltaría que los vascos nos montaran una independencia, a estos no les asusta la cárcel». En tiempos del ingenuo Zapatero, se prometió contra la evidencia matemática que todas las comunidades estarían por encima de la media en financiación. Una década más tarde, los diputados baleares de PP, PSOE y Podemos votan con entusiasmo que el dinero de sus paisanos emigren al País Vasco, y todavía se atreven a regresar a la isla de vacaciones. Si quieren que no pongamos solo un poco demagógicos, esta cobardía ayuda a que Euskadi tenga 400 euros más disponibles por habitante en sanidad. Es decir, 400 millones al año. Esta desatención sanitaria también se traduce en muertos silenciosos sin portada, a diferencia de ETA. Tal vez no sea casualidad que Baleares sea la comunidad peor tratada por Madrid, y que nunca haya colocado a un congresista de un partido autóctono. No lo harían mejor, pero serían más egoístas.