Hace tiempo que son legión. Son individuos que cuando alcanzo a verlos me invade un irrefrenable deseo de sentirme solo. O, mejor aún, solo acompañado por un balón de voleibol, fiel, de esos que nunca discursan, como el de Tom Hanks cuando fue náufrago. Abro un diario, conecto el televisor, la radio... y ahí están, en todas partes. Su omnipresencia es tal, que hasta de noche se me aparecen, como fantasmas. De día lucen disfrazados de fantasmones envanecidos, sabelotodo, presuntuosos y ovantes, para adoctrinar al respetable, y de noche de ectoplasmas ingrávidos vestidos de miedo y niebla, para asustar al personal.

Son siempre los mismos, aunque, esta vez, aprovechando que todos nos sentimos más catalanes que nunca, los susodichos han empezando a tocarnos los testes, o sea, los dídimos, esto es, els testicles de tota la vida, con la misma palabrería mistagógica, chascarrillera y telarañosa de siempre, pero aderezada para la ocasión con un relato de duelo a muerte que promete la salvación y la gloria eterna para los buenos y la muerte y el averno para los malos. Algunos muchos van a morir en este duelo que nunca debió de propiciarse. Catalanes, todos catalanes. El porvenir inmediato será una mala experiencia, un despropósito que la historia pondrá en su sitio. Y por sus hechos, los conocerán sus nietos.

Si la experiencia nos asistiera a todos como debe ser, todo sería diferente. Hasta las próximas elecciones catalanas serían diferentes, porque obedecerían a un talante político-profesional distinto. Pero no, generoso lector, no se haga falsas ilusiones, no es previsible que la cosa cambie en breve. No sé, quizá en un par de años luz... Quién sabe.

La experiencia a la que me refiero hoy no es la del aprendizaje por repetición, sino la del conocimiento de nosotros mismos y del mundo, esa que algunos malinterpretamos, otros declaramos no tener el gusto de conocer y solo unos pocos, los elegidos, son los que saben identificarla y asimilarla a la conciencia, a la toma de consciencia. Desgraciadamente, las más de las veces, la experiencia no es más que una mera herramienta de constatación de los hechos. Dicho de otra manera, a la mayoría, la experiencia nos sirve solo para reconocer nuestros errores cuando volvemos a cometerlos. O sea, lo del adagio de la piedra emboscada con la que el hombre tropieza una y otra vez y el burro solo una.

-¡Coño, otra vez igual que las últimas veinte veces...! ¡¿Será posible...?! --tal que así cada vez.

Decía Sir Lawrence Olivier que la experiencia es algo que no adquirimos hasta después de necesitarla. Brillante si se refería al burro. Si se hubiera referido a nosotros, los racionales, habría de haber añadido "y no siempre". Cuando la experiencia de nuestro tropezón con la piedra, como hace el burro a su forma, lleva implícita una toma de consciencia, se acabó el volver a tropezar con ella. En caso contrario, nada, duro con la piedra, hasta que se rompa...

Pocas herramientas son tan valiosas como la experiencia, que está pensada para ser acumulada en los espacios de conocimiento y de sensibilidad que vienen incluidos en el kit de supervivencia con el que nacemos. Pero, para nuestra desgracia, somos demasiados los que no aprendemos del burro y la interpretamos como una mera herramienta para llenar de letras el correspondiente espacio de nuestro currículo. Por si cuela, oiga usted...

Por ejemplo, ¿cómo le habría ido a nuestro turismo patrio, autonómico y municipal si nuestras sucesivas experiencias hubieran sido acumuladas en sus particulares espacios y les hubiéramos dado uso correcto y continuado? ¿Serían nuestros territorios lo que son o serían otra cosa? A estas alturas del partido, ¿tendríamos o no tendríamos conocimiento claro de las capacidades de carga de nuestros destinos?

Uno, que guarda su experiencia lejos del currículo, por si me la roba para sí, cuando escucha discursar a nuestros conspicuos responsables turístico-políticos, pocas son las veces que no se lleva las manos a la cabeza, espantado. Da igual si actúan como estrella mitinera invitada --como ocurrirá próximamente en Catalunya-- o como responsables turísticos de algún territorio. Siempre me espantan. A veces, hasta me persigno y elevo preces a quien corresponde en cada ocasión. Lo prometo, los constructos de abracadabra y bola de cristal con los que expresan el porvenir, me asustan...

Sí, me asustan, y ese susto también lo incorporo a mi experiencia.