Converso con una ilusionada profesora, María del Mar Ortega, -de generosa sonrisa risueña- quien con su persistente actitud positiva me invita a comentar brevemente temas trascendentes y de baja temperatura, coincidiendo, sin darnos cuenta, con la trivialidad de la vida a las que estamos suscritos. Ella, malagueña trinitaria, habla del frío como un amigo cómplice después de haber llevado su pedagogía a las alturas aragonesas de la comarca de La Jacetania, llegando a la conclusión que esta sensación aterida nos conduce al reencuentro con la ternura; a la búsqueda del calor en situaciones desapacibles con el complejo y simple gesto de la terneza en las relaciones, la cual nos alimenta de sentido en estas datas de confusión y controversias: políticas, sociales, económicas y emocionales en el actual ámbito patrio. Siempre nos quedará la ternura.

Siguiendo esa línea de afectos, en esta tarde gélida con conjunciones cálidas, vislumbro la figura elevada de un preclaro preceptor, político y poeta, José García Pérez, quien fue copartícipe de que hoy celebremos el Día de la Constitución. Vigía y protagonista de un nuevo giro de rumbo hacia un mar abierto donde hoy navegamos, a pesar de un sinfín de escolleras: piélago de ejercicio donde se promueve el bien de cuantos integran la nación, protegiendo a los pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones y el progreso€ Anhelamos.

Han pasado cuarenta años desde las primeras elecciones democráticas. Esta conmemoración de hogaño, más significativa si cabe en estos tiempos de dislate padecidos por el conjunto del país, me llevan a abstraerme en el pensamiento de María Zambrano cuando nos sugiere que para definir democracia no hay que pensar en una sociedad en la cual no sólo está permitido, sino exigido, el ser persona. Más ternura.