Ha sido el día de la Constitución. Es el puente de la Constitución. El legislador puso jornada festiva para que la gente simpatizara más con el documento, al cabo, el texto que, fruto de un consenso, ha propiciado el más largo tiempo de paz y prosperidad entre españoles, más dados al arrebato o hervor de sangre y a la aplicada ira contra el vecino. Sí, también es el puente de la Inmaculada. Hay quien zarandea la Constitución. Tenemos a los que le escupen. Otros la respetan. Algunos quieren reformarla. La Constitución del 78 está ahí y nadie aclara qué alternativa propone si la deroga. Puede que necesite una puesta a punto. Ayer Alberto Garzón proponía una Constitución feminista. Le trolearon e hicieron chanzas. Se cachondearon un poco de él. No sabemos, la verdad, qué quería decir.

En casi todos los municipios se celebraron enternecedores actos con políticos, munícipes, delegados, concejaletes, asesores y etcétera izando banderas, tomando fotos, grabando y haciendo declaraciones. Tal vez después se fueron de crucero o a tomar unas olivas o a conducir hasta provincia vecina para asentar su persona en casa rural en la que gozar de chimenea, lectura y productos autóctonos. En algunos territorios de España, ser constitucionalista puede llegar a ser arriesgado o peligroso.

Está más en boga el espíritu carlistón o trabucaire, el supremacismo, la lucha por el privilegio y no por la solidaridad. Ser partidario de la Constitución (que no necesariamente es el «régimen») debería ser una frase absurda, como decir que uno es partidario del cielo o partidario de respirar o partidario de que los coches anden. No es menos cierto que hay coches que no andan. La cosa es si por insuficiencia de gasolina o por avería, tal vez derivada de un escaso o torpe mantenimiento por parte de su propietario o conductor, que a veces no son la misma persona. Queda puente y queda Constitución. Y afán reformador. La novedad este año es que Pablo Iglesias fue a los fastos en palacio y hasta parece que participó en algún corrillo, si bien Rivera le rehuyó un poco. Los líderes de la nueva política hacen cosas de las de toda la vida. La vida política. Como odiarse. O no darse la mano.

Mariano Rajoy parecía el anfitrión. Maneja el cotarro. Y hasta pareciera que le pone que Ciudadanos gane en Cataluña. A Albiol, fijénse, le han pintado unas canitas. Ni por esas va a dejar de ser el partido farolillo rojo allí. Lo cual muchos votos le granjea aquí y acuyá, Galicia, las Castillas y por supuesto, Madrid.