La policía belga ha cifrado en 45.000 los participantes en la manifestación del jueves de catalanes que protestaban en Bruselas contra la aplicación del artículo 155 y contra el apoyo de la UE al gobierno español y que, al mismo tiempo -y no todos de forma consciente- estaban insuflando vitaminas a la campaña de Carles Puigdemont, el presidente destituido que pese a su maximalismo está apoyado (contra ERC y contra Rajoy) por el PDeCAT. Por la antigua CDC, cuyo fundador y líder durante mucho tiempo, Jordi Pujol, está hoy desprestigiado (en Cataluña y en España) pero que en otro tiempo fue entronizado por el diario Abc como «El español del año». Eran los tiempos en que la derecha española -siempre preclara- creía que lo único relevante era echar a Felipe González de la Moncloa. Y que Pujol era el aliado conveniente. Todo cambia.

Y esta semana también se han conocido dos encuestas -la del CIS y la de El Periódico de Cataluña- que dan a las tres listas independentistas (ERC, Junts per Catalunya y la CUP) entre un 44,5% y un 45,6% de los votos. En ambas encuestas los separatistas retroceden porque bajan del 47,8% del 2015, pero suman más que los tres partidos constitucionalistas (PSC, Cs y PP) y pueden volver a tener la mayoría absoluta de 68 escaños (aunque también la pueden perder). Suman entre 66 y 67 diputados en la del CIS y entre 66 y 69 en la de El Periódico. Bajan respecto a los 72 actuales, pero€

Sin mayoría absoluta independentista, los constitucionalistas podrían llegar a sacar a flote una mayoría alternativa pero con, entre 56 y 60 diputados, necesitarán siempre el pacto con ´los comunes´, el partido de Ada Colau que apoya Pablo Iglesias, que en las encuestas citadas tiene entre 9 y 10 diputados. Y ese pacto no será fácil sino difícil, laborioso y complicado. Quizás sólo Miquel Iceta, el candidato del PSC, podría salvar el veto de los otros tres partidos y llegar a conseguirlo. Pero tampoco se puede descartar un doble fracaso y que los dos bloques pierdan: que el independentismo no logre revalidar su mayoría absoluta y que el constitucionalismo no pueda gestionar un arreglo alternativo.

El secesionismo ha fracasado. ¿Por qué no se desploma? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué el separatismo, que ha fracasado estrepitosamente -la independencia no duró ni unas horas, no hubo ni un reconocimiento internacional, la UE se mostró en contra y 3.000 empresas han trasladado ya sus sedes fuera de Cataluña- conserva tanto atractivo para el 45% de los catalanes y moviliza a 45.000 personas para que en autobús, charter o coche privado vayan a Bruselas?

Es cierto que el populismo y el nacionalismo desacomplejado movilizan a mucha gente en toda Europa. En Francia, en Alemania, en Holanda, en Austria€ Lo hemos visto en recientes elecciones. Pero el 45% es muchísimo. Sólo se explica por otras dos razones. La primera es que -al contrario que en otros países- el separatismo catalán, aunque tiene tintes populistas (como Podemos), no procede de la extrema derecha sino de la reclamación de libertades frente al franquismo. Y que durante muchos años contribuyo a la gobernabilidad de España. A la de Suárez, a la de González y a la de Aznar. Incluso a la de Zapatero cuando tuvo que improvisar un programa de austeridad por la crisis económica en el 2010 y el PP -preocupado sólo por echar a los socialistas- le negó el apoyo. Entonces -hace sólo siete años- España sólo se libró del rescate porque CiU, comandada por Artur Mas y Durán i Lleida, se abstuvo mientras el PP votaba en contra.

Es indudable que el separatismo ha violado la Constitución e incluso el Estatut (que exige una mayoría de dos tercios que no tenían) para proponer su reforma. Pero cuando algunos políticos españoles y alguna prensa de la capital (que se sitúa a la derecha de Rajoy) hablan de golpe de estado su credibilidad es limitada. Al menos en Cataluña.

Por otra parte, la larga campaña del PP contra el Estatut del 2006 y la sentencia -parcialmente contraria- del Constitucional que sólo llegó cuatro años después contra algo que ya había sido aprobado en referéndum (por cierto contra el criterio del PP y de ERC que entonces fueron de la mano), no ha contribuido al prestigio en Cataluña de los partidos e instituciones españolas. En especial del PP, que es el que hoy gobierna. Entonces el nacionalismo -que con la crisis aceleró su evolución hacia el separatismo- aprovechó y retorció la sentencia del Constitucional para proclamar que la vía autonómica estaba muerta y que la única solución para Cataluña era la que el diputado Tardá (ERC) verbalizó hace unos meses en el parlamento español: «nosotros nos vamos».

Sube Puigdemont pero solo a costa de la ERC de Junqueras. Es todo esto lo que hace que el separatismo aguante. Pero pierde fuerza, aunque sea poca. Del 47,8% del 2015 al 45% de ahora mismo. En las encuestas la lista del exilado Puigdemont sube recurriendo al populismo (incluso antieuropeo), pero ERC, con Oriol Jonqueras en la cárcel y su segunda, Marta Rovira, exhibiendo sectarismo, baja. Puigdemont puede llegar a lo que parecía imposible, encabezar la lista ganadora (la manifestación de Bruselas le habrá favorecido), pero sólo arañando votos radicales a ERC.

Por el contrario hay dos partidos constitucionalistas que suben con cierta fuerza, Cs cuya candidata, la combativa Inés Arrimadas, hace un discurso constitucionalista estricto, y el PSC de Miquel Iceta con un mensaje a la vez constitucionalista y catalanista, de reforma de la Constitución y exigencia de más autogobierno y mejor financiación de Catalunya.

Y todo está abierto. En la última encuesta publicada, la de El Periódico, hay cuatro partidos que prácticamente empatan: ERC con el 20,5% de los votos y 30 o 31 diputados (bajando); Junts per Catalunya de Puigdemont con el 19,3% y 29 o 30 diputados (subiendo); el PSC con el 19% y 25 o 26 escaños y Cs, también con el 19% y los mismos diputados. La mayor diferencia en escaños que en votos entre los dos partidos independentista y los dos constitucionalistas se debe a que cuesta menos votos tener un diputado en las provincias de Girona y Lleida (donde los secesionistas tienen mas fuerza) que en la de Barcelona.

El próximo sábado quizás pueda hacer un diagnóstico mas ajustado pero mi impresión hoy es que el separatismo aguanta pero que al final -salvo algún error grave del gobierno de Madrid que no se puede descartar- no llegará a los 68 diputados. Y en ese caso la presión -sobre los cuatro líderes españoles, incluido Pablo Iglesias- será muy fuerte para desaprovechar la oportunidad de intentar un pacto -difícil, complicado e incluso contradictorio- de mayoría alternativa.