Serían principios de los noventa y en Málaga había pocos bares en el centro abiertos de noche: era costumbre pasarla en la calle, que estaba cerca y era barata. Coincidíamos gente de toda ralea, si bien la mayoría éramos jóvenes con ansias de desfogue y poca pasta. A quienes no nos gustaban las discotecas y nos chiflaba la música por aquel entonces llamada de vanguardia y ahora indie, un banco en la plaza de la Merced o un escalón en Madre de Dios hacía las veces de garito. Allí, vestidos de negro con nuestras camisetas de Joy Division o Bauhaus, nos poníamos a conversar, a reírnos, a ver pasar la gente y a que la gente se nos acercara: porque ha sido en esos años en los que he conocido a las personas más variopintas, a caracteres imborrables, a seres errabundos. No había puertas, se salía y se entraba con naturalidad y nadie -o casi nadie- liaba broncas ni se ofendía. Eso sí, vaciles, ironías y carcajadas había un montón, que había que estar agudo y a la que saltaba.

Creo que este ambiente maravilloso -vale, quizás no fuera para tanto, pero a mí me bastaba y me hacía feliz- era propiciado por la litrona. Y así un litro de cerveza se hacía calle, se bebía y se compartía entre muchas bocas (éramos poco escrupulosos) hasta terminar la botella vacía o con el restito calentón del culillo donde -regla no escrita del litroneo- uno sospechaba que se juntaban todas las babas del personal y era mejor dejarlas estar.

Filosofar y ligar

Llegó un momento en que la litrona fue la reina indiscutible de la noche. Servía para filosofar y ligar (algunos intentábamos fusionar ambos hábitos, con resultados lamentables casi siempre). Aunque había otras calles como Beatas o San Juan de Letrán que bullían de litronistas, la plaza de la Merced era su salón del trono; uno llegaba allí y se sentía parte de algo, de una fiesta para la que no hacía falta invitación, tan solo acercarse a algún quiosquillo o tienda improvisada en el bajo de alguna casa: más tarde surgieron en la plaza las tiendecillas de litronas y chicles, ahora reconvertidas para el omnipresente turismo. Recuerdo de forma especial la tienda de María la Mora, en calle Camas, que junto con la litrona regalaba si eras tío un condón y si eras tía un chicle, para enfado de nuestras amigas.

Poco a poco, surgió lo nunca visto: bares que ponían buena música. El CTB, el WC, el Baton Rouge, Underground, Sicódromo y tantos otros, que empezaron a cambiar la fisonomía del centro. Estaban regentados por melómanos poperos, que abrían sus puertas en busca de parroquianos y adeptos, sin la única pretensión de hoy en día de los cuatro únicos dueños de los mil bares que hay en Málaga: hacer caja. Eran algo canallas, bastante desastrados y con ese encanto de lo pionero que esta Ciudad Perfecta quiere olvidar cuanto antes.

Las rebeliones son como las nubes

Y entre tanto, la litrona desapareció. Primero le hizo competencia feroz el litro de cubata, el de mojito o el calimocho, luego llegó el Ayuntamiento y sus munipas, puso orden en el precioso desorden que había y aún no sé cómo pasó que de repente beber en la calle estaba prohibido. Como en el lejano Oeste, los indios pasaron de campar a sus anchas en la pradera a ser recluidos en absurdos botellódromos, reserva de diversión vigilada que duró el tiempo necesario para que la gente no se rebelara. Y las rebeliones son como las nubes, cambian de forma pero les gusta llover, y poco a poco han surgido espacios y modos de seguir llevando la contraria: de ellos y de las personas que los llevan hablaremos en los siguientes artículos.

Bullicio irritante

Es verdad que llegó un momento en que las huestes litroneras eran tremebundas y lo invadían todo, que la mañana siguiente era el día después de la batalla y que el tranquileo de los inicios se tornó en bullicio irritante, a la par que surgieron variadas ofertas de ocio nocturno, para todos los gustos y bolsillos; las cosas duran lo que tienen que durar y cambian porque así ha de ser. En fin, me temo que estoy aburguesado.

Tal vez sea que hace ya demasiado tiempo que no tomo una litrona bien fresquita en un banco.