En memoria de John Lennon

Recuerdo como si fuera ayer aquel gélido 8 de diciembre de 1980, hace exactamente 37 años. Alrededor de las 22:50, hora local de Nueva York, una limusina se detuvo en la entrada del edificio Dakota, sito en la confluencia de la calle 72 con Central Park West, en Manhattan. Del interior del lujoso vehículo salieron Yoko Ono y su marido John Lennon. Allí les esperaba un fan que unas cuantas horas antes ya había recibido un autógrafo del intérprete británico. Súbitamente se escucharon cinco disparos que rasgaron el silencio de la noche. Lennon apenas pudo dar unos pasos hasta la recepción del edificio donde cayó mortalmente herido. Aquel indeseable admirador, cuyo nombre me niego a pronunciar, había asesinado a uno de los mayores talentos de todos los tiempos. Nada más conocerse la noticia una multitud se congregó a las puertas del Hospital Roosvelt, donde sólo pudo certificarse su óbito, y también cerca del lugar del magnicidio. Allí, miles de personas permanecieron en una emotiva vigilia durante toda la noche, que Ono pudo escuchar desde su apartamento. El último día de la vida de Lennon había comenzado con una sesión de fotos para la revista Rolling Stone en su propio domicilio. Posteriormente, el matrimonio se marchó al estudio de grabación Record Plant Studio para darle unos últimos retoques a un tema que Yoko había grabado con Lennon a la guitarra. Después decidieron regresar a su vivienda porque Lennon, como siempre, quería complacer a sus seguidores, que siempre estaban en la puerta del Dakota, y también para ver a su hijo Sean de cinco años antes de que se durmiera. El resto ya es Historia. Irónicamente, el compositor de Imagine y Give Peace a chance atravesaba en aquella época un extraordinario momento personal y profesional, una década después de la separación del famoso grupo de Liverpool. Había retomado su carrera musical tras un parón voluntario de un lustro en el que se dedicó a criar a su hijo Sean. De hecho, sólo tres semanas antes del crimen se había estrenado su disco Double Fantasy, con gran éxito de crítica y público. Sin embargo, esa fatídica noche de lunes, la música se tiñó de luto y todos los acordes y melodías sonaron a blues. Su irreparable pérdida conmocionó a la sociedad estadounidense y mundial, conscientes de que uno de los más grandes se había convertido en leyenda. Se marchó no solo uno de los fundadores de The Beatles, sino uno de los artistas más fértiles e influyentes del Siglo XX. Desde entonces, y aunque ya han transcurrido 13.415 días de su marcha, le echamos de menos exactamente igual. Como siempre en estas fechas, sus incondicionales nos reuniremos en Central Park para recordarle cantando esos himnos generacionales que se convirtieron en la banda sonora de nuestras vidas. Hasta siempre, John.

Javier Prieto Pérez. Málaga