Ana es un hermoso nombre con etimología hebrea cuya transliteración española, Jana, significa «benéfica, compasiva, llena de gracia». Nada de benefactora, sensible e indulgente ha tenido la visita, concisa pero virulenta, de la vehemente tormenta con este apelativo que azotó la provincia de Málaga el pasado lunes. Esta malévola Ana ha dejado más de un centenar de incidencias en apenas 13 horas en la capital: caída de árboles y ramas, carteles, objetos, heridos, vuelos cancelados en el aeropuerto y un caos circulatorio digno de una huida con sombreado apocalíptico.

Eolo, responsable del control de las tempestades, no sé si airado por el proyecto de hotel Torre del Puerto, la falta de poda de los frondosos ficus, la urbanización Torre del Río (Térmica), los terrenos de Repsol? y considerando la rotura por descuido del odre ofrecido a nuestros odiseos municipales -el Consistorio no accionó su Plan de Emergencia Municipal (PEM) durante el temporal- quiso ser juez y protagonista con rachas de viento históricas, alcanzando hasta los 100 kilómetros por hora en la zona portuaria, en el regreso a lo cotidiano tras el largo viaducto decembrino.

¿Quién les pone nombre a estas bajas presiones atmosféricas? Pues Ana es la primera borrasca bautizada por las agencias meteorológicas portuguesa, francesa y española. Estos centros han decidido, a partir de este mes, dar nombre a todos los fenómenos de este tipo de carácter atlántico -no mediterráneos-, argumentando que tal nominación favorece una comunicación más efectiva ante episodios adversos de viento, lluvia y nieve. Siguiendo esta directriz, se debería configurar una lista con sobrenombres de quienes como estas depresiones siguen girando en sentido contrario a las agujas del reloj a la hora de activar los planes de emergencias ya anunciadas. Más clarividencia.