El ficus de la Alameda Principal de Málaga que se cayó como consecuencia del temporal de lluvia tenía una antigüedad de unos 150 años y estaba en buen estado, no encontrándose afectado por ninguna plaga, según ha informado el Ayuntamiento, que ha precisado, además, que la caída afectó a otros dos árboles».

El párrafo que acaba de leer corresponde a una noticia publicada el dos de febrero de 2010 pero podría ser del lunes pasado, cuando la borrasca Ana nos visitó. O sea, la historia se repite, los ficus se caen periódicamente, se levantan luego como boxeadores sonados tras recibir un gancho. Se ponen en pie, los ponen en pie, y se sitúan de nuevo en su verticalidad, asomando, vigilantes, erguidos pese al peso de las ramas, que podría ser el equivalente en un humano al peso de la experiencia y los años.

Hace no mucho hubo un debate sobre qué hacer con los ficus de la Alameda cuando se hiciera el metro. Opinaban unos sobre su traslado, sobre trasplantarlos en otro sitio. Había incluso alguno que era partidario de horadar a más profundidad para no perjudicar las raíces de tan majestuosos ejemplares arbóreos. Ahora no hay debate. Tal vez están todos callados esperando a que una borrasca los derribe y se acabe el debate y los ficus. No sabemos qué pasa ni cuando se inaugurará el metro ni si realmente llegará, algún día, como está previsto, a la altura de Atarazanas. La vida es un ficus que se cae. Pero nadie planta ficus. El actual equipo de Gobierno se muestra más partidario de las palmeras. En el balance de este alcalde siempre se habla de museos y luces y esto y lo otro y nadie mete las palmeras. Hay más palmeras que en Elche, lo cual ya es difícil. No tenemos un juicio serio y ponderado, como de editorialista, sobre las palmeras. Tal vez nos resbale la cuestión, no descartándose que nos importe una higa. Aunque, hablando de árboles sería mejor decir una higuera. Sí sabemos que tardan en crecer lo menos cincuenta años. Las palmeras, no las higueras, con lo cual es mejor comprarlas y plantarlas ya creciditas. Piense entonces que cuando pasa junto a una de ellas tal vez esa palmera viene de un lugar lejano donde las palmeras no son invasoras y sí autóctonas. Igual es una palmera con nostalgia. Y ahí está la palmera, tratando de acomodarse a nuestros usos y costumbres, climas y leyes. Volverá una borrasca y tirará otro ficus. Entonces la Alameda tal vez sea peatonal y la caída del ficus provocaría una desgracia mayor. Ojalá que no. El que ficus no es traidor. Las borrascas sí lo son. Y eso que los informativos avisan sobre sus llegadas de manera persuasiva, alarmante, acongojante. Parece que viene una invasión cósmica. Nuestras vidas son los ficus, que van a dar a la acera; enhiestos surtidores de sombra, que dijo el poeta acerca de otro árbol. 150 años y lo derriba al pobre un golpetazo de viento. Qué no habrá visto y qué seguro estará de ver nuestra caída.