Crece la oposición a Putin, no tanto en el Parlamento -voz de su amo-, sino en la calle y en las redes sociales. El crítico del régimen más conocido en Occidente es, sin duda, Alexei Nawalny. La cuenta de Twitter de este brillante abogado tiene casi dos millones de seguidores y es muy popular en el extranjero. Pero hoy quiero traer a colación a Ildar Dadin: su ejemplo de integridad y coraje nos puede ayudar siempre, y de modo especial en estos momentos difíciles que vivimos.

Nuestro hombre goza de un inquietante privilegio: es el primer condenado por el artículo 222.1 del nuevo Código Penal ruso. Entró en vigor en 2014 y prohíbe toda protesta contra el gobierno que reúna en la calle al menos a dos (sic) personas. Quien infrinja esta norma más de dos veces en el plazo de 180 días arriesga una condena de hasta cinco años en un campo de concentración. Dadin se manifestó repetidas veces en el centro de Moscú con carteles en los que defendía los derechos de presos políticos y de minorías sexuales y criticaba la guerra de Ucrania. Fue detenido los días 6 y 23 de agosto, 13 de septiembre y 5 de diciembre de 2014, después de que dos agentes del gobierno se le unieran en la protesta, para superar así el límite autorizado: tres personas constituyen un grupo, que no tiene derecho a juntarse sin autorización previa. Los falsos manifestantes quedaron en libertad y Dadin compareció ante la justicia. El 7 de diciembre de 2015 se le condenó a tres años de prisión, uno más que los dos años que pedía el fiscal. Dadin sufrió la humillación de ver cómo su propio padre declaraba contra él y elogiaba al presidente Putin. En su defensa, el acusado invocó que la Constitución reconoce la libertad para manifestarse. No le sirvió de nada. Después de recurrir, la pena quedó reducida a dos años y medio.

El condenado ingresó en el campo número 7, al noroeste de Karelia. El establecimiento se encuentra en manos de una mafia, de la que forman parte desde el director hasta los médicos, pasando naturalmente por los guardianes. Nada más llegar, colocaron en su ropa dos cuchillas de afeitar, ´motivo´ para encerrarlo en régimen de aislamiento. Dadin no se doblegó y empezó una huelga de hambre. A modo de respuesta, una docena de funcionarios le dieron una paliza -puñetazos y patadas, cuatro veces en el mismo día- y, a continuación, le esposaron las manos, lo colgaron desnudo y le amenazaron con violarlo si no suspendía de inmediato la huelga. Como argumento complementario le introdujeron la cabeza en un retrete. El director del campo le hizo saber que si se quejaba, sería asesinado y enterrado junto a la valla del recinto. Las palizas se prolongaron durante un tiempo, repetidas veces al día. Dadin no se quebró y, a pesar de las amenazas, escribió una carta a su mujer en la que contaba lo sucedido. Consiguió entregarla a su abogado, que luego la dio a conocer a la opinión pública. Su fortaleza nos admira, también porque es consciente del peligro que corre: «Lo que más temo es llegar a un punto en que no pueda soportar más la tortura y me rinda».

La peripecia de Dadin alcanzó notoriedad, en Rusia y en Europa, donde provocó una declaración a su favor del Parlamento Europeo. Esta publicidad obligó al gobierno a reaccionar: el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskow, afirmó que el presidente Putin estaba enterado del caso. Las autoridades anunciaron acto seguido que se iniciaría una investigación, es decir, que no pasará nada. A la vista del revuelo provocado, se le ha ofrecido a Dadin el traslado a otra prisión más benigna, pero lo ha rechazado por solidaridad con sus compañeros del campo 7.

El Gulag, sistema ruso de campos de concentración, incluye a unos 650.000 presos, custodiados por 300.000 guardianes. Estos forman una especie de Estado dentro del Estado, con sus propias leyes: arbitrariedad, violencia e impunidad. Ante las críticas, el gobierno ha creado ´comisiones civiles de observación´ con la tarea de investigar el funcionamiento del sistema. Supremo cinismo: las integran exfuncionarios de los propios campos.

Ildar Ildusowich Dadin no es un brillante intelectual como Alexei Nawalny: antes de toparse con la justicia trabajaba como vigilante en una ciudad de provincias. Estamos ante un hombre de 35 años, sin formación académica, que tuvo la valentía de hablar claro para denunciar la injusticia. Decir la verdad puede ser en ocasiones la mayor muestra de coraje cívico. «Si callas, cuando la policía te detenga callará también tu vecino» decía una de las pancartas que exhibía en las calles de Moscú.