La Opinión de Málaga ha convocado un concurso de minirrelatos con La Farola de Málaga como protagonista. El bicentenario edificio erigido en lo que un día fue el lugar más cercano al Mediterráneo en Málaga y que ahora va camino de convertirse en una atracción más del Centro de la ciudad. Aunque no estoy en plantilla de este periódico, la ética me lleva a no participar; eso y la falta de ganas que tiene uno de presentarse y acabar enterrado entre relatos de mucha mejor calidad literaria que lo que yo pueda hacer juntando letras. Pero no me resisto a dedicar mis 1.000 caracteres a La Farola, la otra torre de Málaga.

«Hace años que noto que empiezo a chochear. Dejé de ser útil por mí misma y me vi rodeada de cacharros. Esa extraña sensación que tienen los enfermos cuando están monitorizados, así estaba. No hace mucho que trastearon por abajo. Yo lo notaba, pero al ver tanto alboroto alrededor pensé que sería mejor para mí. Qué va. Me estaban preparando el lecho. Un mausoleo; la gente me admirará como en un parque de atracciones.Desde que sólo soy un contenedor de avíos tecnológicos no alumbro. Me siento cadavérica, moribunda. Espero, al menos, que me embalsamen y pueda ser útil, como esas momias a las que la gente visita.

Cuando me vacíen por dentro de mis órganos, los que me hicieron lo que fui, no sentiré nada, ya hará mucho que dejé de tener vida. Los marineros no me echarán de menos, ni aquellos vecinos de La Malagueta que se alegraron cuando dejé de molestarles con mi foco. Me marcho, pero sé que mi cuerpo femenino seguirá presente. Se va mi alma; me quedo como un símbolo. Abajo los fusibles».