Una almeja vacía. Eso es el término ciudadano que fue símbolo de voz de ágora. Estamos acostumbrados a que nos nombren o nos invoquen ciudadanos. Una palabra grande que engloba y exige una identidad ética, participativa, crítica, utópica y constructiva. Qué hermoso suena, y qué poco ejercemos. La ciudadanía y el fondo y forma de estos conceptos. No sólo en nuestro diálogo con lo político. También en nuestra relación diaria con la ciudad que debería acoger el debate sobre su salud y su educación, acerca de la calidad de sus servicios y de sus recursos básicos; la imagen en la que reconocernos en unas huellas patrimoniales; el modelo de su progreso y bienestar. El alma que la distinga como un cubista collage de realidades, y no como una ficción del turismo ni un drugstore de la política neoliberal. Los dos demiurgos de la economía omnívora y bulímica que no dejan de disfrazarlas de escenarios del marketing, y en las que sus habitantes somos utilizados sin saberlo o sin dar nuestro permiso igual que extras. Sobre todo en los centros históricos donde sucede la película caótica de la especulación temática, la masificación, la exclusión de lo no rentable y la desposesión de la identidad.

Habitamos la ciudad pero no la pensamos. Habitamos la ciudad y no la interrogamos. Tampoco la defendemos ni la soñamos. Nos dejamos embaucar y dirigir por quiénes la deconstruyen, la privatizan, la pastichean y regentan desde intereses particulares, sin tener en cuenta la necesaria democracia urbana que defiende el derecho a la belleza, al entorno sano, al tamaño humano de su progreso y a su disfrute igualitario. Esa es y deberían ser nuestra ciudad y las ciudades que son urgentes que pensemos y exijamos. Lo contrario, como señala el arquitecto Carlos Hernández Pezzi, es permitir «el saqueo urbano y la gentrificación que están hurtando a las ciudades su valor simbólico y se lo han traspasado a las corporaciones globales y al turismo». La sociedad está cada vez más anestesiada, muda y complaciente. Su carácter, su reflexión, su voz, carecen de vitalidad y de posicionamiento, de carne apreciable dentro de las valvas grisáceas que la uniforman. Las grandilocuentes palabras, la megafonía del dinero, el placebo de la autoestima administrado por la publicidad política y los tour operadores, desvanecen cualquier duda o las bloquean. La gente, poco dada al valor de enfrentarse al maniqueísmo impuesto de aparecer como enemigos del progreso, la riqueza y la fama, prefiere convertirse en altavoces gratuitos del lenguaje neoliberal y sus adjetivos transgénicos: emergente, sostenible, creativa, innovadora. Términos comodines aplicables a la cultura, a la economía, a la política, a la ciudad producto de la que nos están despidiendo a los habitantes.

Menos mal que siempre hay rebeldes voces críticas contra los encantamientos de esa política que nos vende una ciudad a la carta en lugar de trabajar a favor de los derechos de la ciudad. Uno de ellos es Carlos Hernández Pezzi, controvertido y lúcido, con algo de Guillermo y de Carlitos Brown, en su manera proscrita y en permanente cuestionamiento reflexivo, en defensa de una conciencia de ciudad y de ciudadanos. El eje, la raíz, y el compromiso de su libro Alternativas a la ciudad caótica, cuya lectura incomodará a las espaldas de plata que tanto abundan en esta Málaga del capital neoliberal, y el de la cultura como medio urbano de masas, que andan a la pata suelta y a salto de mata diseñando una ciudad inventada con la que hacer caja. Una Málaga que, como ha sucedido en Barcelona y está ocurriendo en Lisboa, «compite simbólicamente con sus imagen, la imagen con la marca y la marca con el logo. La ciudad transformada en objeto de deseo subliminal». Su libro es una radiografía veraz del actual cáncer de las capitales de cabecera publicitaria y con ansía. Una ilustrativa e independiente mirada forense sobre el urbanismo que no está de moda -Rem Koolhass lo dio por muerto- y al que Hernández Pezzi disecciona a fondo y sin reparo en mancharse la escritura de las vísceras corruptas que pudren por dentro el presente de nuestra ciudad y de otras nacionales y europeas, didáctico y contundente en limpiar las capas de maquillaje que han ido y continúan travistiendo la ciudad para ocultar su desintegración.

Nada escapa al bisturí de Hernández Pezzi que disecciona e indaga en las venas y en los músculos del urbanismo, cuya gestión y aplicación se han abandonado, y aborda todas las enfermedades que afectan a la ciudad de hoy: la gentrificación de los centros, cuyos inmuebles icónicos y promoción de la vivienda pública y social acaparan los fondos buitre, de los que paulatinamente se expulsa a sus residentes; la transformación del paisaje que mantenía un modelo consolidado. Lo mismo que se promueve la sustitución del deteriorado comercio local por franquicias, y también comercios chinos. Es paradójico que en la céntrica calle Larios se haya expuesto hasta unas semanas una exposición del fotógrafo Jesús Domínguez enfocada a las tiendas que existían en ese recorrido urbano del que fueron expoliadas. No deja de lado Hernández Pezzi la responsabilidad que tienen los museos y su concentración en el entorno céntrico donde provoca la deshabitación familiar y social de rentas bajas, y su papel de eslabón junto con los hoteles y la excesiva peatonalización de la cadena de valor de los centros urbanos. No hay omisión sobre los hoteles como palancas del capitalismo, despertando el interrogante de si en algunos casos, como el de la torre del puerto, ¿no se utilizarán a modo de financiación invisible de los partidos políticos? Los mismos que nunca se ponen de acuerdo, ni siquiera a un metro de consenso, y en la ambición paulinoniana se han unido igual que mosqueteros: «uno para todos, todos para uno».

Insisto en la conveniente lectura de este libro sin pelos en la lengua impresa, ni sospecha alguna de ajuste de cuentas en la sombra. Es sólo, y ya es mucho, una mirada audaz y reivindicativa sobre lo que está sucediendo con la política neoliberal que juega a su antojo con el urbanismo sin ciudad; con el marketing como el de ciudad creativa que exporta el alcalde Francisco de la Torre; la perjudicial perversión de la competición entre ciudades en aras de la embriaguez del turismo que está secuestrando nuestros hábitats, en lugar de buscar un equilibrio económico y de convivencia, y la singularidad de una identidad en contra de la saturación.

Muchos temas con rigurosos datos desgrana Hernández Pezzi acerca también del proceso de exclusión de las mujeres en materia de vivienda; de las clonaciones de la periferia divididas en desertizadas zonas residenciales y en pozos de exclusión. Y en dos conceptos primordiales: las desigualdades sociales que se están creando en las ciudades y el lamentable fracaso de las denominadas ciudades inteligentes que requerían los demostrables requisitos de bienestar económico, población formada, calidad de vida, movilidad sostenible y gobernanza innovadora. Nos recuerda Hernández Pezzi que de las 1.468 aspirantes europeas sólo 240 reunían UNO SOLO de los requisitos. Un ejemplo de que desgraciadamente la ciudad no se mueve por las demandas de los ciudadanos y sus democracias urbanas. Lo hace por intereses particulares de la especulación financiera, el azar de las inversiones privadas y el acoso a sus sistemas de recursos ambientales. La ambición de los poderes que alteran y se enriquecen con su metabolismo vital, mientras celebramos lo mágico de su ilunminación. Ninguno tiene en cuanta la creación de una línea de financiación para que puedan ser realidad las ciudades socialmente inteligentes; la apremiante gestión del cambio climático ni el pacto por los derechos urbanos.

¿Somos conscientes de estos problemas? ¿Qué papel e independencia de análisis cumplen los medios de comunicación? ¿Qué ciudad queremos habitar y dejar a nuestros hijos? Las respuestas no las tienen Las Ciudades Invisibles de Ítalo Calvino ni la City de Alessandro Baricco. Algunas las acerca en su excelente libro Carlos Hernández Pezzi. Somos nosotros, quienes las disfrutamos y sufrimos, los que tenemos la responsabilidad -en lugar de acomodados figurantes- de trabajar para que la ciudad sea un equilibrio de emociones y de sueños compartidos. En nuestra voz reside ser ciudadanos, exiliados, extranjeros o una almeja vacía.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

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