Colecciono columnas periodísticas que se titulan Cuento de Navidad. Proliferan. Como cada año. Es todo un género. No se las pierdan. Abres un periódico, te vas a las páginas de opinión y allí hay una. Tal vez tristona, como su autor. A lo mejor picantona, por ser escrita en hora rijosa. No faltan las dickensianas, con sus dosis de dramón, niños desvalidos, seres impíos, frío, nieve y personajes pasando un hambre de dimensiones colosales.

Yo escribí un cuento de Navidad con forma de columna (o, mejor dicho, una columna con forma de cuento de Navidad) hace unos años con un político como personaje. Su mujer lo abandonaba justo antes de ir a la cena familiar de Nochebuena, tras una discusión. Harta de sentir que él prefería ir a los mítines y actos de partido antes que llevarla a ella al teatro. Un político amigo se dio por aludido y no volvió a hablarme. Ni que yo tuviera la culpa. Tuve que ir a hablar con su mujer. Pero se había ido al teatro. Aún no ha vuelto. Antes se iba uno a por tabaco y no volvía. Ahora que lo del tabaco está más perseguido la gente se va al teatro o al cine o a hacer un recado cuando quiere no volver. A mí me gusta también aportar mi granito de letras a esto del columneo navideño. Y estoy dándole vueltas a la cosa. Mi intención es escribir un cuento sobre un columnista que piensa cómo escribir un cuento. De Navidad. No sé si la cosa iba a quedar un poco como de Vila Matas. Claro que también podría meter a Vila Matas como personaje.

Lo malo es que se ponga a hablar en la segunda línea y tenga que cargármelo. Un horror, pasar a la historia por cargarte a Vila Matas. No. El protagonista podría ser un atribulado plumilla de los años cuarenta que peregrina por las redacciones tratando de colocar la columna, no tanto por ansia de engrandecer el lirismo como por necesidad de comer algo caliente. Toparía con torvos jefes de redacción, altivos directores, endiosados periodistas que le irían dando negativas una y otra vez hasta que accediera a publicársela un modesto periódico de provincias, llena de erratas, eso sí, y a cambio de cuatro perras y encima impresa al límite de fecha, o sea, un seis de enero, cuando ya la Navidad hastía y estás más empachado que un mazapán comiendo miel. O no, dado que en los años cuarenta empachado lo que se dice empachado nada más que estarían cuatro, incluyendo a Franco, uno de los pocos españoles que podían mantener la barriga.

No sería mala cosa meter como personaje a un censor, así con camisa blanca, visera y manguitos. O que todas esas vicisitudes de los años cuarenta fueran recordadas por un descendiente del desgraciado plumilla, en la actualidad, mientras trincha el pavo por no trinchar a su suegra a la vez que bebe un blanco de Rueda, cavila sobre la fugacidad humana y siente un ataque de almorranas producto de haber olvidado comprar un regalo para su mujer, muy aficionada al teatro, por cierto. Y que dice que se acaba de quedar sin tabaco. El tabaco está ahora más perseguido. También en las columnas, dado que si lo incluyes pueden quedarte llenas de humos. Y no viene a cuento.