Le enseñanza pública acoge ya un mosaico cultural de alumnos y estudiantes, una rica mezcla de nacionalidades, de lenguas maternas y mentalidades y costumbres diferentes que en poco más de veinte o treinta años han cambiado los perfiles de la sociedad. Somos a medida que pasan los años, cada vez más una sociedad mestiza en todos los sentidos.

La Universidad no es una excepción, pues acaba recibiendo el aporte de jóvenes procedentes de los otros sectores educativos. En las humanidades, la mezcla resalta y envuelve al propio proceso de la enseñanza y el aprendizaje. Porque en las humanidades es donde mejor se manifiesta la visión del mundo y de la sociedad, que es la esencia de su fundamental razón de ser.

En Filosofía y Letras, por ejemplo, el intercambio cultural de los programas Erasmus, o los convenios existentes con universidades extranjeras (además de la específica dedicación al tema de los Cursos para Extranjeros), ya suponen la posibilidad de un nuevo diálogo abierto con sus países y culturas de procedencia, un medio de ampliar por tanto el acercamiento a los temas (en concreto de la historia contemporánea por ejemplo) más enriquecedor y fructífero. Se podrá explicar, o debatir sobre la historia de Europa o del mundo con una nueva perspectiva de cercanía, no sólo por la presencia de estudiantes europeos y de otros países con una cultura histórica propia, sino porque los nuestros poseen ya una cultura que tiene rasgos comunes aunque en mayor medida estén aún en construcción.

A estos lenguajes enriquecedores, añadamos el que procede de la integración en la enseñanza universitaria de las circunstancias especiales de estudiantes discapacitados, que estimulan a profesores y compañeros con un ejemplo de coraje y de superación formidables, reforzados por la solidaridad que despiertan. Un mundo diferente, con fieles animales de compañía de los invidentes en las aulas, o tecnologías punta que suplen a seres humanos luchando heroicamente por una integración sin renuncias, el reto que marca la diferencia de las sociedades avanzadas.

Las humanidades aquí no sólo se estudian pues, sino que se practican. Resulta emocionante la prueba de fuego de que una estudiante musulmana marroquí con el ´hiyab´ acepte sin rechistar el tema que le ha tocado en suerte para exponer con sus compañeros -el nacimiento del estado de Israel-, y realice una crítica impecable basada en el discurso académico de la historia, aunque se permita el espontáneo desahogo final de que «y esta tema no me gusta nada!». El profesor piensa que esta es una verdadera función universitaria y que ojalá se encuentre ante la generación de jóvenes de ideas propias pero al mismo tiempo generosas, que esté llamada a construir una sociedad sin conflictos fratricidas.

Parece mentira pero no es nada extraño que sólo se esté lamentando la caída de la ciencia española por los recortes a las universidades e institutos de investigación, en una ecuación que sólo contempla la variable de la utilidad del progreso científico-técnico y económico. ¿Y las humanidades? ¿Cómo es posible la recurrente ceguera institucional y política cuando es en la formación intelectual y moral -ambas están íntimamente unidas- donde están las claves del comportamiento cívico-político de los ciudadanos? ¿Cómo puede olvidarse que los laboratorios de la ciudadanía son las aulas y las clases de todos los niveles de la enseñanza? ¿Cabe mayor irresponsabilidad y ceguera?

Investigar en las humanidades, y por extensión apoyar la cultura en todas sus manifestaciones, reforzar la educación, promover el libro y la edición, las artes plásticas, las escénicas, la música, cuidar la comunicación, el cine€ ese es un programa imprescindible para acompañar al cambio económico-social y científico, la vía más corta para un mundo nuevo. Para que la Babel que ya somos, el mestizaje y el intercambio puedan alumbrarlo.