Cada vez me cuesta más la Navidad. A veces pienso que debería estar contraindicada. Demasiados excesos y mentiras terminan pasándonos factura. Las personas sensibles captan con más fuerza, aún si cabe, las contradicciones de estas fiestas agridulces.

Deberían ser las fiestas de la reconciliación y la concordia, y en cambio es cuando las familias más se pelean.

Deberían ser las fiestas de la compasión y del altruismo pero en general la gente opta por el consumo propio antes que por ayudar al prójimo.

La Navidad es la época del año en que somos más incoherentes con nuestros principios, y encima contaminamos diez veces más que durante el resto del año. Ni siquiera podemos justificar los ritos religiosos puesto que las fechas no concuerdan. Por todos es sabido que Jesús no nació en diciembre. Hasta la segunda mitad del siglo IV se barajaron varias fechas; el 20 de mayo, el 19 de abril y el 20 de abril según el calendario egipcio. Más tarde, el Papa de Roma sustituye una fiesta pagana que se celebraba el 25 de diciembre por el nacimiento de Cristo.

Basamos nuestra felicidad en constantes engaños y lo peor de todo es que nos vemos obligados a engañar a los más pequeños. Les contamos un montón de mentiras creyendo que eso les hará ser más felices. Compramos cosas absurdas, y preparamos grandes comilonas, e incluso asistimos a comidas de trabajo que nos vienen completamente a contrapelo, además no podemos faltar a la coral de los niños, y tratamos de ser simpáticas y encantadoras en todo momento cuando lo que en realidad necesitamos es quitarnos los tacones de una vez y gritar: «¡Socorro, no doy abasto!».

Durante las fiestas nos encerramos en patrones heredados cuando en realidad lo que deberíamos hacer es adaptarlos a nuestras necesidades y hacer lo que más nos apetezca. Son nuestras vacaciones.

El otro día coincidí en el vestuario del gimnasio con un arquitecta conocida que me confesó que tenía fobia a la Navidad. «¿Fobia?», le pregunté. Yo podía entender su rechazo pero no sabía que existía. Luego vi que había bastante escrito al respecto. Es una especie de trastorno de ansiedad que brota especialmente en estas fechas. A ella le afectaba a la salud. Llegaba al extremo de enfermar y tener que meterse en la cama. Me sorprendió.

Confesó que le había costado aceptarlo y más aún comunicarlo. También me dijo que no esperaba comprensión. Ya lo había asumido y huía de la ciudad en cuanto las luces de colores iluminaban las calles. Le pregunté si había hecho un esfuerzo por tratarlo con algún psicólogo. Me contó que había probado todo tipo de terapias posibles, y que en el pasado, cuando aún no lo aceptaba, lo pasaba mucho peor. En aquella época se concienciaba y pasaba las fiestas rodeada de familia en casa de sus suegros, a los que en realidad quería mucho pero se ponía fatal. No pude evitar sonreír cuando me dijo que verles cantar villancicos con la guitarra le producía una especie de urticaria. Como yo soy de las que toca la guitarra… por un momento me sentí una especie de asesina, pero también me puse en su lugar. Le pregunté si es que el problema era que no le gustaba cantar en general o no conocía las canciones. Respondió que no se trataba de eso y que sabía que era difícil de comprender.

Poco a poco su familia fue haciéndose cargo de la situación y dejó de hacerla sentir culpable.

«Si no aguantas el plan en casa de tu suegra, ve de viaje, o monta tú la fiesta», sugerí. Me dijo que eso era lo que hacía. Siempre que podía se iba fuera y pasaba la Navidad en un rincón tranquilo del mundo. A veces nos cuesta aceptar cómo somos, cómo sentimos, y comunicarlo sin más. Y si no nos entienden, pues que no nos entiendan.

Encima, las mujeres tenemos una tendencia exagerada a ser aún más exigentes con nosotras mismas. Y no nos damos ningún respiro, todo lo contrario, como así lo hacían nuestras abuelas y nuestras madres, nosotras no podemos ser menos. Pero las tradiciones hay que adaptarlas y no convertirlas en corsés demasiado apretados. Oye, y si en vez de pavo ponemos pollo o lentejas, tampoco se va a hundir el mundo.

En cualquier caso no debemos olvidar hacer la pregunta clave. ¿Qué es la Navidad para mí? Durante estos días estuve reflexionando al respecto.

Para mí la Navidad es recordar a los seres queridos ausentes, alegrarnos por los que vuelven a casa después de muchos meses, y pasar tiempo con los que están a nuestro lado. La Navidad es un abrazo y un te quiero en el momento adecuado, es echar una mano a quien más lo necesite, plantar un árbol con los niños, o lanzar flores al mar para pedir un deseo. También es una tarde tirada en lo sofá disfrutando de un buen libro o de un buen disco, o de un buen vino, o de todo al mismo tiempo. Debería durar todo el año.

El mejor regalo es tu presencia, tu actitud, una tarde de juegos, o un cine con palomitas incluidas.

La mejor comida, aquella en la que se dejan de lado las tensiones y todos disfrutan. Da igual lo que haya sobre la mesa, si uno está en paz con el mundo nos comemos unos huevos rotos con patatas a la luz de una vela y tan felices.

La perfección es un engaño, congela las cosas y resta naturalidad y autenticidad a los individuos.

Llamadme aguafiestas pero cada vez me cuesta más la Navidad y esta vez me he propuesto escucharme y celebrarla a mi manera. Aún no sé muy bien qué haré. Improvisaré sobre la marcha. Y lanzo un deseo en el que me incluyo.

Que la inercia consumista de estos días no nos separe de lo verdaderamente importante.